Mientras más viejo
se muere menos:
matemática pura.
Dios es un matemático
prolijo, previsible,
y la naturaleza el libro
que se le quedó abierto,
olvidado,
con pájaros inocentes
escapando del destello,
engañados como las flores
de un espejismo;
como los peces efímeros
vagando en una tierra
infecunda,
como los días que se mueren
a la hora señalada
todos los días,
cuando el sol es un reloj
agonizante allá en la vida,
que apunta prosternado
hacia el ocaso.

Matemática pura.
Hábito de cándidos silencios
apocalípticos.
Memoria que fuiste,
memoria que eres,
doliente,
mucho antes de haber sido
y de ahora que menos
se muere.

Matemática pura.
Sentencia sin secretos
virginales.
Diseño de mundos irrecusables
construido.
Mientras más viejo
menos se muere.
Dios es un matemático.

Antonio Álvarez Bürger

Parece que no tengo ya cristales en los ojos.
Parece que transito sin desplazarme en cuerpo,
ya vencido, ya huidizo, como niño regañado.

La pestilencia  de los espíritus diminutos
me provoca repugnancia.
Sólo quiero la mordedura rápida de la víbora,
sólo quiero alejarme del retorno y no ver
máscaras ni osamentas caminando sin rumbo.

Parece que no tengo ya las manos
para blasfemar fuerte
ni una lengua sórdida ni pies ni aura
Parece que no tengo ya cristales en los ojos.

Y sería tan hermoso acribillar a insultos
a una enana maldita o incrustarle espinas
venenosas  en el rostro a un gobernante.
Qué placer lanzar un piano
a cualquiera calle sombrosa
y viajar dentro para oír la dulce melodía
del estrépito fatal.

Sin embargo, ya me canso
Sólo quiero ser aire en el aire
ser lirón empedernido, extenuado
de construir árboles y ríos inconfesables.
Sólo quiero piedras encajadas en los muros,
un lecho blando de agua tibia por los huesos,
un invierno renegado
y miles, miles de silencios.

Parece que no tengo ya cristales en los ojos.
Parece que escribo el canto y me lo guardo.
Parece que me da vueltas el mundo
en el estómago, sobre mi cabeza,
bajo mis pies, dentro y fuera de todo.

Antonio Álvarez Bürger

Qué perverso es el invierno con los árboles
desnudos y ateridos,  agraviados
por la exaltación de los vendavales;
forzados a contorsionarse, extravagantes,
entre los aplausos infatuados de la lluvia,
con faroles de inoportunos ademanes
que los celan en las umbrosas avenidas
y silencios quebrajados por el llanto
de los seres traicionados.

Qué severo es el invierno con los árboles
desvestidos por las tormentas y los céfiros;
plañideros desde las cepas y los brazos
desarticulados de sus cuerpos,
suplicantes tras la postrimera furia,
como manos  con lágrimas entre los dedos
brotando de la tierra.

Esos árboles desnudos y entumecidos
de todos los inviernos iracundos.
Esos tristes fantasmas profanados,
que no pueden surcar los territorios
como las aves en busca de indumento
para cobijarse.

Esos viejos árboles que vomitan resina
en los caminos lejanos,
con las entrañas abiertas a tajo de viento.
Desdichados árboles ofreciéndose
en holocausto como esculturas mutantes,
despojadas de su fronda
y de la dignidad de los árboles en primavera.

Antonio Álvarez Bürger

La tarde, espantosamente fría,
y se me viene este atragantamiento
de impresiones y de burdas sospechas.
Heme aquí aherrojando en pedazos
la poesía amarga
encerrado en el estupor impúdico,
sórdido,
porque me llega todo de golpe
como embestidas a mansalva
de risa y de llanto.
En el centro de mi boca
el pan agrio
de la mañana traicionera,
y enfrente de mis ojos
la imagen perpetua del Dios tuyo y del mío.
La noche espantosamente fría,
y se me viene este irrefragable  deseo
de soñar con otro día.

Antonio Álvarez Bürger