Niña que en piedras de fuego concluyes todo
con una mirada relampago rompes el matiz
y en un segundo vuelves a caer en mi nada.
Jugaste a escalar montañas empinadas
un poco antes del escondite del cóndor
cerca de las nubes de plata, entre el marrón
y el blanco de una dulce montaña
que como cadera de fuego prendía mi alma.
Tu noche, no alcanzo a ser noche larga
sólo asomó la luna por tu triste ventana
cuando en un suspirar eterno ya me odiabas.
Enemiga mía, lluvia soñada
diamantes cubrieron tus sueños que gotearon
hasta convertirse en sangre derramada.
Y como un puñal que duerme
en una espalda suave, clavada,
hiciste el surco donde la semilla de la muerte
trazó su campo de desesperanza.
Tal vez tu dolor es como el viento de agosto
que no tiene medida ni logra distancia
y entre tus párpados se enciende la obscura
noche que tus ganas derrama
entre claveles de cementerio y rosas de gala
expirando un amor de cenizas que es nada.
Quizás tu corazón de tierra
no lleva el mineral de la madre sagrada
y el hierro de las venas es agua
y tu amor una gotera molesta, en la noche larga.
Quizás como yo, te sientas cansada
y destruyas un sueño de oro
por otro que emerge desde una cama
donde una mano que no tiene tacto
ruge y devora tu alma
que se entrega sin maletas guardadas
entre la corteza de un pino
y tu triste piel de acacia.
¡Oh enemiga mía!
blanca lluvia, dura escarcha
motivos de muerte de la noche esperada
usurpadora del tiempo en la distancia
donde corroe el silencio mi esperanza.
No sé que verano besa tu boca
ni que lágrima lleva por nombre mi recuerdo
sólo entiendo que la sal que nuestro amor sazonaba
se ha perdido como el río
entre un mar de odio y una cordillera nevada.
Y mañana, aunque ese mañana quizás no exista
vestiras de negro y enlutada pensarás
haber sido enemiga de quien más te amaba.
Benjamín León