A las tribus Panare y Hotis
Aquí en Kayamac todo es distinto,
el amanecer convoca la luz
el silencioso sol
afanadamente arropa el caserío
de la tribu.
Camino como guardia que cuida de su mundo
entre la belleza de las churuatas
pobladas del tibio olor a sueño
y la apacible mirada de los niños indígenas.
Me recorre como un escalofrío
al presentir aquí
mi herencia milenaria
mi permanente nostalgia.
Al fondo de la churuata
en sus hamacas
treinta familias Eñepá se desperezan
y ofrendan a Dios hermosas flores
que prodiga la selva.
Es la hora del rito.
Los cantos,
la comida,
el baile,
y la bebida nos convocan
con la voz del raudal,
en el que se abre paso la curiara
con los dueños de este paraíso.
Yo naufrago al intentar cruzar el puente
me habita el terror de los caimanes y pirañas
mi ropa se moja
mi cámara se inunda de aguas cristalinas
la memoria empieza a invadir el corazón
y revivo todas las variedades de nostalgia.
Me alimenta de la palma su moriche,
sabroso fruto con olor a semen.
El espeso sabor de la guanábana.
me devuelve a un espacio sin edad.
El raudal rodeado de negras esculturas
me delinea a ese Dios sin tiempo.
Me sumerjo en tus aguas
me deleito en tu arboleda
me alimento de tus frutos,
me llevo tus limones.
Me aferro a la selva
ese mundo que siempre será mío
y como tesoro guardo
el amuleto de huesos,
el medallón de cráneo de mono
y las chaquiras
para que me salven en las horas de prueba.
Mi corazón se parte en dos mitades
y mi ser llueve.
Llueve intensamente,
llueve a cántaros.
Consuelo Hernández