A Sofía

Niña suave, tal vez no sepas
que te vi subiendo las praderas
alegre y risueña.

Niña bonita, oí que cantabas
ayer, humilde y sincera
y no la viste,
no viste la fanática floresta.

Niña suave y blanca,
tú juegas con las luces
muy temprano en la mañana.

Jovial trinar, arena delicada,
la tarde imitando la mañana.

Tú inspiras a las flores,
niña, ansiosas siempre te escuchan.

Siempre pregunto a la luna
cómo serás en la noche,
niña suave, serena y pura.

Y la luna te mira con ternura:
con voz baja me responde.

Jorge Antonio Pérez Hernández,
5 de noviembre de 2002

A Diana

¿Qué es esto de pensarte
horas después de que te veo
esperando saludarte
sin que tiemble mi mano
por estar llena de miedo?

¿Por qué cuando vas pasando
entre los pasillos azules
creo que es el cielo que retrata
un par de soles entre nubes?

¡Si sólo son paredes blancas,
sólo son flores llenas de tu alma!

¿Qué sentimiento es aquel
de alegrarme si te he visto
imaginando que eres belleza pura y mujer
que haces que me sienta más vivo?

¿Qué mirar que tengo es ese
que te busca entre la gente,
que no pregunta para verte
y te reconoce siempre?

¿Qué vacío es este
que si te despides se me clava
en los ojos y en el alma?

¿Cómo es tu palabra honesta
que hoy me deja pensativo
con el corazón cautivo
y escribiéndote un poema?

Jorge Antonio Pérez Hernández,
14 de noviembre de 2002

El corazón desnudo deambula
mur cerca de la calle.
Tiene un secreto, lo trae:
tiene una palabra.

El corazón busca y vaga
apenas cubierto por un alma.

Hace frío,
el corazón tiene frío.
Pero tiene una palabra.

El corazón no se consuela:
así se rinde a las paredes.

Sin ropa y sin letras
la agonía crece.

Y por las noches
si no duerme
una lágrima cae
en su garganta.

Pero tiene una palabra.

Jorge Antonio Pérez Hernández,
27 de noviembre de 2002

A Marisol

Musa de tristeza, canta, canta al día,
como Erato, los días que estuve solo
y que no tenía esperanza para alzar,
Musa triste, la mirada en alta mar,
a la merced de Neptuno.

Musa, recita, como Calíope hizo a los bosques,
tus poemas épicos, todos juntos
y desangra mi tristeza en tus versos,
y haz cuenta de tu abandono,
y haz cuenta de cuanto te di
sólo para escucharte,
Melpómene, para respirarte
y vivir tus tragedias.

Musa de tristeza,
inspírate, como Clío
cuenta la historia de mi delirio
y de tu olvido;
como Talía,
cúbrelo con tu comedia.

Musa, Musa mía de tristeza,
ya no tienes poeta.

¡Cuántas estrellas conjugaste
como Polimnia, para hacer arte
de tus manos, para embelesarme
de tu canto!

Musa de tristeza,
hiciste como Terpsícore,
música de mis desvelos,
¡baile de mis ingenuos besos!

Recoge, como Urania,
las estrellas que te hice con la noche,
y haz, Musa de tristeza,
constelación vana
en tu sala, en tu mesa.

¡Baja del Olimpo, musa ciega,
ya no te dirige Apolo, sólo la tristeza!

Y en el Hades, toma tu flauta,
canta, como Euterpe, sin pauta,
y piérdete en el viento,
musa sin poema, ninfa desterrada,
nereida sin canto, doncella de la noche,
musa olvidada.

Musa de tristeza:
ya no tienes poeta.

Jorge Antonio Pérez Hernández, octubre de 2002

A María del Pilar

No, vuestro señor es verídico,
—podría jurar que existe—
y, ¿cómo sé que os face felice?
el desamor dél prende virutas
en el alma vuestra
y os mueve el corazón.

¿Que vos queréis a vuestro señor?
¡Que os guarde bien,
que os mida bien!

Vuestro señor es verídico
—podría acertar
si dijera que os conoce—,
pero si yo os conociere,
¡Íntegro jardín de noche
en un ramo de soles
y de constelaciones hechas ríos,
sin considerar a los marinos,
yo le regalara!

Yo os conozco aquella sonrisa inmaculada,
yo pienso vuestra mirada:
el mar nació de vuestra mirada.

¡Si tan sólo usted un punto pensara
en cuanto diera yo por vuestra alma!

Yo digo que vuestra alma
tiene la edad de una estrella blanca,

¡yo digo que vuestro señor
no dejó su corazón,
como yo olvide el mío con todas sus veras,
tirado en vuestra puerta!

Jorge Antonio Pérez Hernández, septiembre de 2002

A Edith

Mirarte es conocer la estrella sin verla:
verte es tenerte constelada,
saber que no te escondes lejana
y descubrirte entre prados de soles
un rocío sereno de la cálida noche.

Si estás habla la luz y todo su horizonte,
ya no es el alba ni su estratagema
un brillo en la mañana:
uno solo es, y es tan sólo tu mirada.

Verte sonreir es sentir la ola marina
barrer la tierra en la montaña:
tu sonrisa es la marea sosegada
que descubre la arena tendida
bañada en frescos cristales de agua.

Un gentil silencio llena los lugares
cuando estar callada escoges,
y verte silenciosa entonces
es incansable momento
para ver nacer el universo.

Tu cabello nació entre los vientos
que alguna vez arrullaron la luna,
y yo, que acaso te veo
pasar como un cometa sigiloso
suspiro, con todo el alma:
así siempre te conozco.

Jorge Antonio Pérez Hernández, 22 de octubre de 2002