A Marisol
Musa de tristeza, canta, canta al día,
como Erato, los días que estuve solo
y que no tenía esperanza para alzar,
Musa triste, la mirada en alta mar,
a la merced de Neptuno.
Musa, recita, como Calíope hizo a los bosques,
tus poemas épicos, todos juntos
y desangra mi tristeza en tus versos,
y haz cuenta de tu abandono,
y haz cuenta de cuanto te di
sólo para escucharte,
Melpómene, para respirarte
y vivir tus tragedias.
Musa de tristeza,
inspírate, como Clío
cuenta la historia de mi delirio
y de tu olvido;
como Talía,
cúbrelo con tu comedia.
Musa, Musa mía de tristeza,
ya no tienes poeta.
¡Cuántas estrellas conjugaste
como Polimnia, para hacer arte
de tus manos, para embelesarme
de tu canto!
Musa de tristeza,
hiciste como Terpsícore,
música de mis desvelos,
¡baile de mis ingenuos besos!
Recoge, como Urania,
las estrellas que te hice con la noche,
y haz, Musa de tristeza,
constelación vana
en tu sala, en tu mesa.
¡Baja del Olimpo, musa ciega,
ya no te dirige Apolo, sólo la tristeza!
Y en el Hades, toma tu flauta,
canta, como Euterpe, sin pauta,
y piérdete en el viento,
musa sin poema, ninfa desterrada,
nereida sin canto, doncella de la noche,
musa olvidada.
Musa de tristeza:
ya no tienes poeta.
Jorge Antonio Pérez Hernández, octubre de 2002