Tu suerte infundía el pesar de unailusión anulada, de una felicidad escapada y distante; tudistinción exótica daba relieve a la desventurainterminable de una vida anómala. Yo escuchaba tus lamentacionesde criatura débil, amenazada y fugitiva.

    Vestías de azul y blanco, los colores de laola momentánea; y tus ojos, de mirada atónita y lejana,compendiaban un nostalgioso panorama oceánico. Yo celebraba tubelleza alba y taciturna de pájaro boreal.

    Adornabas la tarde; y yo recuerdo que entoncesacrecentaba la melancolía del poniente e inundaba la ciudadpatricia una procelosa irrupción de nieblas, indómitasmensajeras del mar.

    La muerte benévola te llevó dormida asu limbo oscuro y vano; pero tu imagen alada, vencedora del olvido,humilla las malezas de mi jardín sellado con una sobrenaturalblancura de mármol.

    Me habían traído hasta allí conlos ojos vendados. Llamas sinuosas corrían sobre el piso delsantuario en ciertos momentos de la noche sepulcral, subían lascolumnas y embellecían la flor exquisita del acanto.

    Las cariátides de rostro sereno,sostenían en la mano balanzas emblemáticas ylámparas extintas.

    Me propongo dedicar un recuerdo a micompañero de aquellos días de soledad. Era amable yprudente y juntaba los dones más estimados de la naturaleza.Aplazaba constantemente la respuesta de mis preguntas ansiosas. Yo lellevaba unos años.

    Él murió a manos de una turbadelirante, enemiga de su piedad. Me había dejado en laignorancia de su origen y de sus servicios.

    Yo estuve cerca de abandonarme a ladesesperación. Recuperé el sosiego invocando su nombre,durante una semana, a la orilla del mar y en presencia del solagónico.

    Yo retenía un puñado de sus cenizas enla mano izquierda y lo llamaba tres veces consecutivas.

    Yo me extravié, cuando era niño, enlas vueltas y revueltas de una selva.

    Quería apoderarme de un antílope recental. El rugido delelefante salvaje me llenaba de consternación. Estuve a punto deser estrangulado por una liana florecida.

    Más de un árbol se parecía alasceta insensible, cubierto de una vegetación parásita ydevorado por las hormigas.

    Un viejo solitario vino en mi auxilio desde supagoda de nueva pisos. Recorría el continente dando ejemplos demansedumbre y montado sobre un búfalo, a semejanza de Lao-Tse,el maestro de los chinos.

    Pretendió guardarme de la sugestión delos sentidos, pero yo me rendía a los intentos de las ninfas delbosque.

    El anciano había rescatado de la servidumbrea un joven fiel. Lo compadeció al verlo atado a la cola delcaballo de su señor.

    El joven llego a ser mi compañero habitual.Yo me divertía con las fábulas de su ingenio y con lasmemorias de su tierra natal. Le prometí conservarlo a mi ladocuando mi padre, el rey juicioso, me perdonase el extravío y mevolviese a su corte.

    Mi desaparición abrevió losdías del soberano. Sus mensajeros dieron conmigo para advertirmesu muerte y mi elevación al solio.

    Olvidé fácilmente al amigo de antes,secuaz del eremita. Me abordó para lamentarse de su pobreza ydeclararme su casamiento y el desamparo de su mujer y de su hijo.

    Los cortesanos me distrajeron de reconocerlo y loentregaron al mordisco sangriento de sus perros.

    Nosotros constituíamos una amenaza efectiva.

    Los clérigos nos designaban por medio decircunloquios al elevar sus preces, durante el oficio divino.

    Decidimos asaltar la casa de un magistradovenerable, para convencerlo de nuestra actividad y de la ineficacia desus decretos y pregones.

    Esperaba intimidarnos al doblar el número desus espías y de sus alguaciles y al lisonjearlos con la promesade una recompensa abundante.

    Ejecutamos el proyecto sigilosamente y condeterminación y nos llevamos la mujer del juez incorruptible.

    El más joven de los compañerosperdió su máscara en medio de la ocurrencia y vino a serreconocido y preso.

    Permaneció mudo al sufrir los martiriosinventados por los ministros de la justicia y no lanzó una quejacuando el borceguí le trituró un pie. Murió dandotopetadas al muro del calabozo de piso hundido y de techo bajo y deplomo.

    Gané la mujer del jurista al distribuirse elbotín, el día siguiente, por medio de la suerte. Sulozanía aumentaba el solaz de mi vivienda rústica. Suscortos años la separaban de un marido reumático ytosigoso.

    Un compañero, enemigo de mi fortuna, sepermitió tratarla con avilantez. Trabamos una lucha a muerte ylo dejé estirado de un tratazo en la cabeza. Los demáspermanecieron en silencio, aconsejados del escarmiento.

    La mujer no pudo sobrellevar lacompañía de un perdido y murió de vergüenza yde pesadumbre al cabo de dos años, dejándome unaniña recién nacida.

    Yo la abandoné en poder de unas criadas de miconfianza, gente disoluta y cruel, y volví a mis aventurascuando la mano del verdugo había diezmado la caterva de misfieles.

    Muchos seguían pendientes de su horca,deshaciéndose a la intemperie, en un arrabal escandaloso.

    Al verme solo, he decidido esperar en mi refugio laaparición de nuevos adeptos, salidos de entre los pobres.

    Dirijo a la práctica del mal, en medio de misaños, una voluntad ilesa.

    Las criadas nefarias han dementado a mi hija pormedio de sugestiones y de ejemplos funestos. Yo la he encerrado en unaestancia segura y sin entrada, salvo un postigo para el paso de escasasviandas una vez al día.

    Yo me asomo a verla ocasionalmente y mis sarcasmosrestablecen su llanto y alientan su desesperación.

    El sacerdote refiere los acontecimientosprehistóricos. Describe un continente regido por monarcasiniciados, de ínfulas venerables y tiaras suntuosas, ycómo provocaron el cataclismo en donde se perdieron, alzadoscontra los númenes invulnerables.

    El sacerdote se confesó heredero de lasabiduría aciaga, recogida y atesorada por él mismo y losde su casta.

    Infería golpes al rostro de las panterasfrenéticas. Afrontaba la autoridad de los leones ypercudía su corona. Captaba, desde su observatorio, lascentellas del cielo por medio de un mecanismo de hierro.

    Se ocupó de facilitar mi viaje de retorno. Sugalera de veinte remos por banda surcaba, al son de un pífano,el golfo de las verdes olas.

    Volví al seno de los míos, a celebrarcon ellos la ceremonia de una separación perdurable.

    La belleza de la mañana aguzaba elsentimiento de la partida.

    Debía seguir el consejo del sacerdoteinteresado en mi felicidad, fijándome, para siempre, en lapenínsula de la primavera asidua.

    Pábulo hasta entonces de la brutalidad,ignorante de la misericordia y del afecto, caíste en mis brazosamorosos tú, que habías caído y eras casta,reducida por la adversidad a lastimosa condición de ave cansada,de cordero querelloso y herido. Interrumpida por quejas fue la historiade tu vida, toda dolor o afrenta. Expósita sacrificada dealgún apellido insigne, fuiste recogida por quien explotómás tarde tu belleza. Ahora pensabas que tu muerte seríapública, como tu aparición en el mundo; que algúndía vendría ella a liberarte de tus enemigos, la miseria,el dolor y el vicio; que la crónica de los periódicos,registrando el suceso, no diría tu nombre de emperatriz o deheroína, sustituyéndolo por el apodo infamante.

    Agobiaba tu frente con estigma oprobioso lainjusticia; doblegaba tus hombros el peso de una cruz. Cerca demí, dolorosa y extenuada, hablabas con los ojos bajos que, muyrara vez levantados, dejaban descubrir, vergonzosos, ilusión deparaísos perdidos de amor.

    Tanto como por esos pensamientos, se elevaba tuqueja por la belleza marchita casi al comienzo de la juventud, por lamustia energía de los músculos en los brazosanémicos, por los hombros y espaldas descarnados, propicios a latisis, por la fealdad que acompañaba tu flaqueza… Era la tuyauna queja intensa, como si estuviera aumentada por la de antepasadosvirtuosos que lamentaran tu ignominia. Era la primera vez que no lasofocabas en silencio, como hasta entonces, a los cielos demasiadolejanos, a los hombres demasiado indiferentes. Y prometíasrecordar y bendecirme a mí, a aquel hombre, decías, elúnico que te había compadecido, sin cuya caridad tehabrías encontrado más aislada, que tenía losbrazos abiertos a todas las desventuras, pues fijo como a una cruzestaba por los dolores propios y ajenos. Por no afligirte más,te dejé ignorar que yo, soñador de una imposiblejusticia, iba también quejumbroso y aislado por la vida, y que,más infeliz que tú, sin aquel afecto que moriríapronto contigo, estaría solo.

    Yo vivía perplejo descubriendo las ideas ylos hábitos del mago furtivo. Yo establecía su parentescoy semejanza son los músicos irlandeses, juntados en la corte poruna invitación honorable de Carlomagno. Uno de esos ministrileshabía depositado entre las manos del emperador difunto, alcelebrarse la inhumación, un evangelio artístico.

    El mago furtivo no cesaba de honrar la memoria de suhija y sopesaba entre los dedos la corona de perlas de su frente. Ladoncella había nacido con el privilegio de visitar el mundo enuna carrera alada. La muerte la cautivó en una red de aire,artificio de cazar aves, armado en alto. Su progenitor la habíabautizado en el mar, siguiendo una regla cismática, y noalcanzó su propósito de comunicarle la invulnerabilidadde un paladín resplandeciente.

    El mago preludiaba en su cornamusa, con el fin decelebrar el nombre de su hija, una balada guerrera en el sosiegonocturno y de esa misma suerte festejaba el arribo de la golondrina enel aguaviento de marzo.

    La voz de los sueños le inspiró elcapricho de embellecer los últimos días de su jornadaterrestre con la presencia de una joya fabulosa, a imitación delos caballeros eucarísticos. Se despidió de míadvirtiéndome su esperanza de recoger al pie de un árbolinvisible la copa de zafir de Teodolinda, una reina lombarda.

    Prebenda del cobarde y del indiferente reputanalgunos la soledad, oponiéndose al criterio de los santos querenegaron del mundo y que en ella tuvieron escala de perfeccióny puerto de ventura. En la disputa acreditan superior sabiduríalos autores de la opinión ascética. Siempre seránecesario que los cultores de la belleza y del bien, los consagradospor la desdicha se acojan al mudo asilo de la soledad, únicorefugio acaso de los que parecen de otra época, desconcertadoscon el progreso. Demasiado altos para el egoísmo, no le obedecenmuchos que se apartan de sus semejantes. Opuesta causa favorece amenudo tal resolución, porque así la invocaba un hombreen su descargo:

    La indiferencia no mancilla mi vida solitaria; losdolores pasados y presentes me conmueven; me he sentido prisionero enlas ergástulas; he vacilado con los ilotas ebrios para inspiraramor a la templanza; me sonrojo de afrentosas esclavitudes; me lastimala melancolía invencible de las razas vencidas. Los hombrescautivos de la barbarie musulmana, los judíos perseguidos enRusia, los miserables hacinados en la noche como muertos en la ciudaddel Támesis, son mis hermanos y los amo. Tomo elperiódico, no como el rentista para tener noticias de sufortuna, sino para tener noticias de mi familia, que es toda lahumanidad. No rehúyo mi deber de centinela de cuanto esdébil y es bello, retirándome a la celda del estudio; yosoy el amigo de los paladines que buscaron vanamente la muerte en elriesgo de la última batalla larga y desgraciada, y es mirecuerdo desamparado ciprés sobre la fosa de los héroesanónimos. No me avergüenzo de homenajes caballerescos ni degalanterías anticuadas, ni me abstengo de recoger en el lodo delvicio la desprendida perla de rocío. Evito los abismos paralelosde la carne y de la muerte, recreándome con el afecto puro de lagloria; de noche en sueños oigo sus promesas y estoy, pormilagro de ese amor, tan libre de lazos terrenales como aquelmístico al saberse amado por la madre de Jesús. Lahistoria me ha dicho que en la Edad Media las almas nobles seextinguieron todas en los claustros, y que a los malvados quedóel dominio y población del mundo; y la experiencia, que confirmaesta enseñanza, al darme prueba de la veracidad de Cervantes quehizo estéril a su héroe, me fuerza a la imitacióndel Sol, único, generoso y soberbio.

    Así defendía la soledad uno, cuyoafligido espíritu era tan sensible, que podía servirle deimagen un lago acorde hasta con la más tenue aura, y en cuyoseno se prolongaran todos los ruidos, hasta sonar recónditos.

    La noche disimulaba el litoral bajo, inundado. Unasaves lo recorrían a pie y lo animaban con sus gritos. Igualabanla sucedumbre de las arpías.

    Yo me había perdido entre las cabañasdiseminadas de modo irregular. Me seguía una escolta de perrossiniestros, inhábiles para el ladrido. Una conseja losseñalaba por descendientes de una raza de hienas.

    Yo no quería llamar a la puerta de uno de losvecinos. Se habían enfermado de ingerir los frutos corrompidosdel mar y de la tierra y mostraban una corteza indolora en vez deepidermis. La alteraban con dibujos penetrantes, de inspiraciónaugural. El vestido semejaba una funda y lo sujetaban por medio devendas y de cintas, reproduciendo, sin darse cuenta, el aderezo de lasmomias.

    Las líneas de una serranía sepronunciaban en la espesura del aire. Daban cabida, antes, a laaparición de una luna perspicaz. Un espasmo, el de la cabeza deun degollado, animaba los elementos de su fisonomía.

    El satélite se había alejado dealumbrar el asiento de los pescadores, trasunto de un hospital. Yo medirigí donde asomaba en otro tiempo y lo esperé sinresultado. Me detuve delante de un precipicio.

    Los enfermos se juzgaron más infelices en elseno de la oscuridad y se abandonaron hasta morir.

    El tiempo es un invierno que apaga laambición con la lenta, fatal caída de sus nieves. Pasacon ningún ruido y con mortal efecto: la tez amanece undía inesperado marchita, los cabellos sin lustre y escasos,fácil presa a la canicie, menguado el esplendor de los ojos,sellada de preocupaciones la frente, el semblante amargo, elcorazón muerto. Sobre el mundo en la hora de nuestra vejez llorala amarilla luz del sol, y no asiste a dulces cuitas de amor laromántica luna. Blancos, fríos rayos de aceroenvía desde la altura melancólica. Paso la juventudfavorecida por el astro benéfico en las noches de rondadonjuanesca. Desde hoy preside el desfile de los recuerdos en las nochesen que despiertan pensamientos como ruidos en una selva honda.

    Ha pasado el momento de unirse en amorosasimpatía; hace ya tiempo que con la primera cana sedespidió para siempre el amor, espantado del egoísmo y laavaricia que en los corazones viejos hacen su morada. Ahora comienza lamisantropía, el odio a lo bello y de lo alegre, el remordimientode los años perdidos, la queja por el aislamiento irremediable,la desconfianza de sobrar en la familia que otro ha fundado. Trabaja,pena la imaginación del soltero ya viejo, daría tesorospor el retorno del pasado, no muy remoto, en que pudo prepararse parala vejez voluptuoso nido en regazo de mujer.

    La alegría ruidosa de los niños cantaen nuestro espíritu. Castigo inevitable sigue a quien la desechapara sus años postreros, y es más feliz que todos losmortales quien participa con interés de padre en ese inocenteregocijo, y se evita en la tarde de la vida la pesarosa calma queaflige al egoísta en su desesperante soledad. A éste,desligado de la vida, desinteresado de la humanidad, estorboso en elmundo, lo espera con sus fauces oscuras la tumba. Fastidiado debeansiar la muerte, ya que su lecho frío semeja ataúdrígido.

    Cuando descansa en la noche con la nostalgia deamorosa compañía, no le intimida el pensamiento de latierra sobre su cadáver. El horror del sepulcro es ya menosgrave que el hastío de la vida lenta y sin objeto. No le importael olvido que sigue a la muerte, porque sobreviviendo a sus amigos,está sin morir desamparado. Quisiera apresurar sus día ydesaparecer por miedo al recuerdo de la vida pasada sin nobleza, comoun río en medio a estériles riberas. Huye tambiénde recordar antiguas alegrías, refinadamente crueles, queengañaron al más sabio de los hombres,convenciéndolo de la vanidad de todo. Así concluyepensando el que de sus goces recogió espinas, y vivióinútil. Aún más desolada convicción cabe aquien ni procreando se unió en simpático lazo con lahumanidad… Ahora olvidado, triste, duro a todo afecto elcorazón, si derramara lágrimas, serían lavasardientes, venidas de muy hondo.