Que un sabio de mal humor
llame locura al amor,
           ya lo veo;
pero que no se enloquezca
cuando otro humor prevalezca,
           no lo creo.

Que una doncella guardada
esté del mundo apartada,
           ya lo veo;
pero que no muera ella
por salir de ser doncella,
           no lo creo.

Que un filósofo muy grave
diga que de amor no sabe,
           ya lo veo;
pero que no mienta el sabio
con el pecho y con el labio,
           no lo creo.

Que una moza admita un viejo
por marido o por cortejo,
           ya lo veo;
mas que el viejo en confusiones
no dé por cuernos doblones,
           no lo creo.

Que un amante abandonado
diga que está escarmentado,
          yalo veo;
pero que él no se desdiga
si encuentra grata a su amiga,
           no lo creo.

Que una vieja ya se asombre
hasta del nombre del hombre
           ya lo veo;
pero que ella no quisiera
ser de edad menos severa,
           no lo creo.

Que una mujer a su amante
jure ser siempre constante,
           ya lo veo;
pero que se pase un día
y ella quiera todavía,
           no lo creo.

Que de todas las mujeres
no importen los pareceres,
           ya lo veo;
pero de que la que amamos
el parecer no sigamos,
           no lo creo.

Que la mujer, cual cristal,
la quiebre un soplo fatal,
           ya lo veo;
pero que pueda soldarse
si una vez llega a quebrarse,
           no lo creo.

Que al espejo las coquetas
estudien mil morisquetas,
           ya lo veo;
pero que sea el cristal
el objeto principal,
           no lo creo.

Que bastante he murmurado
en lo que está criticado,
           ya lo veo;
pero que mucho no pueda
criticarse en lo que pueda,
           no lo creo.

Que la novia moza y linda
al novio viejo se rinda,
           ya lo veo;
pero que crea el barbón
que ella rinde el corazón,
           no lo creo.


Dalmiro. José Cadalso

Llegose a mí con el semblante adusto,
con estirada ceja y cuello erguido
(capaz de dar un peligroso susto
al tierno pecho del rapaz Cupido),
un animal de los que llaman sabios,
y de este modo abrió sus secos labios:

«No cantes más de amor. Desde este día
has de olvidar hasta su necio nombre;
aplícate a la gran filosofía;
sea tu libro el corazón del hombre».
Fuese, dejando mi alma sorprendida
de la llegada, arenga y despedida.

¡Adiós, Filis, adiós! No más amores,
no más requiebros, gustos y dulzuras,
no más decirte halagos, darte flores,
no más mezclar los celos con ternuras,
no más cantar por monte, selva o prado
tu dulce nombre al eco enamorado;

no más llevarte flores escogidas,
ni de mis palomitas los hijuelos,
ni leche de mis vacas más queridas,
ni pedirte ni darte ya más celos,
ni más jurarte mi constancia pura,
por Venus, por mi fe, por tu hermosura.

No más pedirte que tu blanca diestra
en mi sombrero ponga el fino lazo,
que en sus colores tu firmeza muestra,
que allí le colocó tu airoso brazo;
no más entre los dos un albedrío,
tuyo mi corazón, el tuyo mío.

Filósofo he de ser, y tú, que oíste
mis versos amorosos algún día,
oye sentencias con estilo triste
o lúgubres acentos, Filis mía,
y di si aquél que requebrarte sabe,
sabe también hablar en tono grave.


José Cadalso

Cuando Laso murió, las nueve hermanas
lloraron con tristísimo gemido:
destemplaron sus liras soberanas,
que sólo daban fúnebre sonido:
Gimieron más las musas castellanas,
temiéndose entregadas al olvido.
Mas Febo dijo: «Aliéntese el Parnaso.
Meléndez nacerá, si murió Laso».


Dalmiro. José Cadalso

Que dé la viuda un gemido
por la muerte del marido,
            yalo veo;
pero que ella no se ría
si otro se ofrece en el día,
            nolo creo.

Que Clori me diga a mí
«Sólo he de quererte a ti»,
            yalo veo;
pero que siquiera a ciento
no haga el mismo cumplimiento,
            nolo creo.

Que los maridos celosos,
sean más guardias que esposos,
            yalo veo;
pero que estén las malvadas,
por más guardias, más guardadas,
            nolo creo.

Que al ver de la boda el traje,
la doncella el rostro baje,
            yalo veo;
pero que al mismo momento
no levante el pensamiento,
            nolo creo.

Que Celia tome el marido
por sus padres escogido,
            yalo veo;
pero que en el mismo instante
ella no escoja el amante,
            nolo creo.

Que se ponga con primor
Flora en el pecho una flor,
            yalo veo;
pero que astucia no sea
para que otra flor se vea,
            nolo creo.

Que en el templo de Cupido
el incienso es permitido,
            yalo veo;
pero que el incienso baste,
sin que algún oro se gaste,
            nolo creo.

Que el marido a su mujer
permita todo placer,
            yalo veo;
pero que tan ciego sea,
que lo que vemos no vea,
            nolo creo.

Que al marido de su madre
todo niño llame padre,
            yalo veo;
pero que él, por más cariño,
pueda llamar hijo al niño,
            nolo creo.

Que Quevedo criticó
con más sátira que yo,
            yalo veo;
pero que mi musa calle
porque más materia no halle,
            nolo creo.


Dalmiro. José Cadalso

Cuando Laso murió, las nueve hermanas
lloraron con tristísimo gemido:
destemplaron las liras soberanas,
que sólo daban fúnebre sonido.
Gimieron más las musas castellanas,
creyéndose entregadas al olvido.
Mas Febo dijo: «Aliéntese el Parnaso.
Meléndez nacerá, si murió Laso».


Dalmiro. José Cadalso

Mientras vivió la dulce prenda mía,
Amor, sonoros versos me inspiraste;
obedecí la ley que me dictaste,
y sus fuerzas me dio la poesía.

Mas ¡ay! que desde aquel aciago día
que me privó del bien que tú admiraste,
al punto sin imperio en mí te hallaste,
y hallé falta de ardor a mi Talía.

Pues no borra su ley la Parca dura,
a quien el mismo Jove no resiste,
olvido el Pindo y dejo la hermosura.

Y tú también de tu ambición desiste,
y junto a Filis tengan sepultura
tu flecha inútil y mi lira triste.


Dalmiro. José Cadalso

¡Niño temido por los dioses y hombres,
hijo de Venus, ciego amor tirano,
con débil mano vencedor del mundo,
                          dulce Cupido!

Quita del arco la mortal saeta,
deja mi pecho, que con fuerza heriste
cuando la triste, la divina ninfa
                          me dominaba.

Desde que el hilo de su dulce vida
por dura Parca feneció cortado,
desde que el hado la llevo a la sacra
                          cumbre de Olimpo,

guardo constante la promesa antigua
de que ella sola me sería cara,
aunque pasara las estigias olas
                          con Aqueronte.

De lutos largos me vestí gimiendo
y de cipreses coroné mi frente;
eco doliente me siguió con quejas
                          hasta su tumba.

Sobre la losa que regué con sangre
de una paloma negra y escogida,
fue repetida por mi voz la triste,
                          justa promesa.

Nunca las voces que mi fe juraron
creo que puedan merecer olvido,
ni tú, Cupido, puedas olvidarlas
                          si las oíste.

«¡Sacra ceniza!», repetí mil veces,
«¡sombra de Filis!, si mi pecho adora
otra pastora, desde tan horrenda,
                          lóbrega noche,

haz que a mi falso corazón castigue
cuanto las cuevas del averno ofrecen,
cuanto padecen los malvados, cuanto
                          Sísifo sufre.

Júrolo, Filis, por mi amor y el tuyo,
por Venus misma, por el sol y luna,
por la laguna que venera el mismo
                          omnipotente».

Las negras losas a mi fino acento
mil veces dieron ecos horrorosos,
y de dudosos ayes resonaron
                          túmulo y ara.

Dentro del mármol una voz confusa
dijo: «¡Dalmiro, cumple lo jurado!».
Quedé asombrado, sin mover los ojos,
                          pálido, yerto.

Temo, si rompo tan solemne voto,
que Jove apure su rigor conmigo,
y otro castigo, que es el ser llamado
                          pérfido, aleve.

Entre los brazos de mi nueva amante
temo la imagen de mi antiguo dueño:
ni alegre sueño ni tranquilo día
                          ha de dejarme.

En vano Clori, cuyo amor me ofreces,
y a cuyo pecho mi pasión inclinas,
pone divinas perfecciones juntas
                          ante mis ojos.

Ante mi vista se aparece Filis,
en mis oídos su lamento suena;
todo me llena de terror, y al suelo,
                          tímido, caigo.

Lástima causen a tu pecho, ¡oh niño!,
las voces mías, mis dolientes voces.
¡Ay!, si conoces el dolor que causas,
                          lástima tenme.

La nueva antorcha que encendiste, apaga,
y mi constante corazón respire.
Haz que no tire tu invencible brazo
                          otra saeta.

¡Ay!, que te alejas y me siento herido.
Ardo de amores, y con presto vuelo
llegas al cielo, y a tu madre cuentas
                          tu tiranía.


Dalmiro. José Cadalso

En lúgubres cipreses
he visto convertidos
los pámpanos de Baco
y de Venus los mirtos;
cual ronca voz del cuervo
hiere mi triste oído
el siempre dulce tono
del tierno jilguerillo;
ni murmura el arroyo
con delicioso trino;
resuena cual peñasco
con olas combatido.
En vez de los corderos
de los montes vecinos
rebaños de leones
bajar con furia he visto;
del sol y de la luna
los carros fugitivos
esparcen negras sombras
mientras dura su giro;
las pastoriles flautas,
que tañen mis amigos,
resuenan como truenos
del que reina en Olimpo.
Pues Baco, Venus, aves,
arroyos, pastorcillos,
sol, luna, todos juntos
miradme compasivos,
y a la ninfa que amaba
al infeliz Narciso,
mandad que diga al orbe
la pena de Dalmiro.


Dalmiro. José Cadalso

¡Madre divina del alado niño!,
oye mis ruegos, que jamás oíste
otra tan triste, lastimosa pena
                          como la mía.

Baje tu carro desde el alto Olimpo,
entre las nubes del sereno cielo,
rápido vuelo traiga tu querida,
                          blanca paloma.

No te detenga con amantes brazos
Marte, que deja su rigor al verte;
ni el que por suerte se llamó tu esposo
                          sin merecerlo;

ni las delicias de la sacra mesa,
cuando a los dioses, lleno de ambrosía,
brinda alegría Jove con la copa
                          de Ganímedes;

y el eco suena por los techos altos
del noble alcázar, cuyo piso huellas
lleno de estrellas, de luceros y astros
                          luz soberana.

Cerca del ara de tu templo en Pafos
entre los himnos que tu pueblo dice
este infelice tu venida aguarda.
                          ¡baja volando!

Sobre tus aras mis ofrendas pongo,
testigo el pueblo, por mi voz llamado;
y concertado con mi tono el suyo,
                          llámate madre.

Alzo los ojos al verter el vaso
de leche blanca y el de miel sabrosa
ciño con rosa, mirtos y jazmines
                          esta mi frente.

Mi palomita con la blanca pluma,
aún no tocada por pichón amante
pongo delante de tu simulacro
                          no la deseches.

Ya, Venus, miro resplandor celeste
bajar al templo: tu belleza veo.
Ya mi deseo coronaste, madre,
                          ¡madre de amores!

Vírgenes tiernas, niñas y matronas,
ya Venus llega: vuestra diosa viene:
El aire suene con alegres himnos
                          júbilo santo.

Humo sabeo salga de las urnas,
dulces aromas que agradarla suelen,
ámbares vuelen, tantos que a la excelsa
                          bóveda toquen.

Pueblo de amantes, que a mi voz acudes,
a Venus pide que a mi ruego atienda,
y que a mi prenda la pasión inspire,
                          cual yo la tengo.

CORO DE NIÑAS

¡Reina de Chipre, diosa de Citeres!,
tú que a los dioses y a los hombres mandas,
¿por qué no ablandas a la dura Cloris?,
                          ¡mándalo, Venus!

CORO DE NIÑOS

¡Reina de Pafos y de amores Diosa!,
tú que las almas llenas de placeres,
¿por qué no quieres que Dalmiro triunfe?,
                          ¡mándalo, Venus!

PRIMERA NIÑA

Como la rosa
agradecida
da mil aromas
al amoroso
céfiro blando
cuando la halaga
y la rodea,

PRIMER NIÑO

haz que reciba
en su regazo
Cloris afable
al que la adora.

CORO DE NIÑOS

¡Reina de Pafos y de amores Diosa!,
tú que las almas llenas de placeres,
¿por qué no quieres que Dalmiro triunfe?,
                          ¡mándalo, Venus!

SEGUNDA NIÑA

Como la yedra
halla en el olmo
vínculo firme
cuando la abraza,

SEGUNDO NIÑO

haz que a su amante
plácido rostro
ponga la ninfa
cuando la vea;
pábulo nuevo
halle su llama
en su querida,
dulce zagala.

CORO DE NIÑAS

¡Reina de Chipre, diosa de Citeres!,
tú que a los dioses y a los hombres mandas,
¿por qué no ablandas a la dura Cloris?,
                          ¡mándalo, Venus!


Dalmiro. José Cadalso

Amor, con flores ligas nuestros brazos;
los míos te ofrecí lleno de penas,
me echaste tus guirnaldas más amenas,
secáronse las flores, vi los lazos,
            y vique eran cadenas.

Nos guías por la senda placentera
al templo del placer ciego y propicio;
yo te seguí, mas viendo el artificio,
el peligro y tropel de tu carrera,
            vique era un precipicio.

Con dulce copa al parecer sagrada,
al hombre brindas, de artificio lleno;
bebí; quemose con su ardor mi seno;
con sed insana la dejé apurada
        y vi que era veneno.

Tu mar ofrece, con fingida calma,
bonanza sin escollo ni contagio;
yo me embarqué con tal falaz presagio,
vi cada rumbo que se ofrece al alma,
        y vi que era unnaufragio.

El carro de tu madre, ingrata diosa,
vi que tiraban aves inocentes;
besáronlas mis labios imprudentes,
el pecho me rasgó la más hermosa
        y vi que eranserpientes.

Huye Amor, de mi pecho ya sereno,
tus alas mueve a climas diferentes,
lleva a los corazones imprudentes
cadenas, precipicios y veneno,
        naufragios yserpientes.


Dalmiro. José Cadalso