Por morar en mi pecho
el traidor Cupidillo,
del seno de su madre
se ha escapado de Gnido.

Sus hermanos le lloran,
y tres besos divinos
dar promete Citeres
si le entregan el hijo.

Mil amantes le buscan;
pero nadie ha podido
saber, Dorila, en dónde
se esconde el fugitivo.

¿Darele yo a Dione?,
¿le dejaré en su asilo?,
¿o iré a gozar el premio
de besos ofrecidos?

¡Tres de aquel néctar llenos
con que a su Adonis quiso
comunicar un día
las glorias del Olimpo!

¡Ay!, tú, a quien por su madre
tendrá el alado niño,
dame, dame otros tantos;
y tómale, bien mío.


Juan Meléndez Valdés

Salud, oh sol glorioso,
adorno de los cielos y hermosura,
fecundo padre de la lumbre pura;
oh rey, oh dios del día,
salud; tu luminoso
rápido carro guía
por el inmenso cielo,
hinchendo de tu gloria el bajo suelo.

Ya velado en vistosos
albores alzas la divina frente,
y las cándidas horas tu fulgente
corte alegres componen.
Tus caballos fogosos
a correr se disponen
por la rosada esfera
su inmensurable, sólita carrera.

Te sonríe la aurora,
y tus pasos precede, coronada
de luz, de grana y oro recamada.
Pliega su negro manto
la noche veladora;
rompen en dulce canto
las aves; cuanto alienta,
saltando de placer, tu pompa aumenta.

Todo, todo renace
del fúnebre letargo en que envolvía
la inmensa creación la noche fría.
La fuente se deshiela,
suelto el ganado pace,
libre el insecto vuela,
y el hombre se levanta
extático a admirar belleza tanta.

Mientras tú, derramando
tus vivíficos fuegos, las riscosas
montañas, las llanadas deliciosas,
y el ancho mar sonante
vas feliz colorando;
ni es el cielo bastante
a tu carrera ardiente
de las puertas del alba hasta occidente,

que en tu luz regalada,
más que el rayo veloz, todo lo inundas,
y en alas de oro rápido circundas
el ámbito del suelo;
el África tostada,
las regiones del hielo
y el Indo celebrado
son un punto en tu círculo dorado.

¡Oh, cuál vas! ¡cuán gloriosa
del cielo la alta cima enseñoreas,
lumbrera eterna, y con tu ardor recreas
cuanto vida y ser tiene!
Su ancho gremio amorosa
la tierra te previene;
sus gérmenes fecundas,
y en vivas flores súbito la inundas.

En la rauda corriente
del Oceano, en conyugales llamas
los monstruos feos de su abismo inflamas;
por la leona fiera
arde el león rugiente;
su pena lisonjera
canta el ave, y sonando
el insecto a su amada va buscando.

¡Oh Padre! ¡oh rey eterno
de la naturaleza! a ti la rosa,
gloria del campo, del favonio esposa,
debe aroma y colores,
y su racimo tierno
la vid, y sus olores
y almíbar tanta fruta
que en feudo el rico otoño te tributa.

Y a ti del caos umbrío
debió el salir la tierra tan hermosa,
y debió el agua su corriente undosa,
y en luz resplandeciente
brillar el aire frío,
cuando naciste ardiente
del tiempo el primer día,
¡oh de los astros gloria y alegría!

Que tú en profusa mano
tus celestiales y fecundas llamas,
fuente de vida, por doquier derramas,
con que súbito el suelo,
el inmenso Oceano
y el trasparente cielo
respiran: todo vive,
y nuevos seres sin cesar recibe.

Próvido así reparas
de la insaciable muerte los horrores;
las víctimas que lanzan sus furores
en la región sombría,
por ti a las luces claras
tornan del almo día,
y en sucesión segura,
de la vida el raudal eterno dura.

Si mueves la flamante
cabeza, ya en la nube el rayo ardiente
se enciende, horror al alma delincuente;
el pavoroso trueno
retumba horrisonante,
y de congoja lleno,
tiembla el mundo vecina
entre aguaceros su eternal ruina.

Y si en serena lumbre
arder velado quieres, en reposo
se aduerme el universo venturoso,
y el suelo reflorece.
La inmensa muchedumbre
ante ti desparece
de astros en la alta esfera,
donde arde sólo tu inexhausta hoguera.

De ella la lumbre pura
toma que al mundo plácida derrama
la luna, y Venus su brillante llama;
mas tu beldad gloriosa
no retires: oscura
la luna alzar no osa
su faz, y en hondo olvido
cae Venus, cual si nunca hubiera sido.

Pero ya fatigado
en el mar precipitas de occidente
tus flamígeras ruedas. ¡Cuál tu frente
se corona de rosas!
¡Qué velo nacarado!
¡Qué ráfagas vistosas
de viva luz recaman
el tendido horizonte, el mar inflaman!

La vista embebecida
puede mirar la desmayada lumbre
de tu inclinado disco; la ardua cumbre
de la opuesta montaña
la refleja encendida
y en púrpura se baña,
mientras la sombra oscura
cubriendo cae del mundo la hermosura.

¡Qué magia, qué ostentosas
decoraciones, qué agraciados juegos
hacen doquiera tus volubles fuegos!
El agua, de ellos llena,
arde en llamas vistosas,
y en su calma serena
pinta ¡oh pasmo! el instante
do al polo opuesto te hundes centellante.

¡Adiós, inmensa fuente
de luz, astro divino; adiós, hermoso
rey de los cielos, símbolo glorioso
del Excelso! y si ruego
a ti alcanza ferviente,
cantando tu almo fuego
me halle la muerte impía
a un postrer rayo de tu alegre día.


Juan Meléndez Valdés

Pensativo y lloroso,
contemplando cuán tibia
Dorila mi amor oye
por hermosa y por niña,

al margen de una fuente
me asenté cristalina,
que un rosal adornaba
con su pompa florida.

El voluble murmullo
de sus plácidas linfas
de mis penas agudas
amainaba las iras;

y en sus ondas rientes
encantada la vista,
invisibles cual ellas mis
cuidados se huían,

cuando en torno una rosa
que besar solicita
volar vi a un cefirillo
con ala fugitiva,

y entre blandos susurros
en voz dulce y sumisa
entendí que a la bella
cariñoso decía:

«¿Dó, insensible, te vueltes?
¿Por qué, injusta, te privas
en mis juegos vivaces
de mil tiernas caricias?

Mírame que rendido
cuando humillar podría
con soplo despeñado
tu presunción esquiva,

que te tornes te ruego,
y a mis labios permitas
que los ámbares gocen
que en tus hojas abrigas.

No temas, no, que ofendan
con culpable osadía
su rosicler hermoso,
aunque blanda te rindas.

Aun más fino que ardiente,
a nada más aspiran
que a un inocente beso
las esperanzas mías.

Por ti dejé en el valle,
por ti, beldad altiva,
con vuelo desdeñoso,
mil lindas florecitas .

Tú sola me embebeces,
tú sola», repetía
el céfiro, y más suelto
en torno de ella gira,

cuando súbito noto
que la rosa rendida
le presenta su seno,
y él cien besos le liba,

con los cuales mimosa
de aquí y de allá se agita,
otros y otros buscando
que muy más la mecían.

Y en aquel mismo punto
escuché que benigna
nueva voz me alentaba,
nuncio fiel de mis dichas:

«No de tímido ceses;
insta, anhela, suplica,
cefirillo incesante
de tu rosa Dorila;

y en sus dulces canciones
delicada tu lira
su tibieza y sus miedos
cual la nieve derritan.

Verás cómo a tus ansias
cede al fin y propicia
las finezas atiende,
por ti ciega suspira,

apurando en mi copa
las inmensas delicias
que a mis más fieles guardo,
que mi afecto le brinda».

Del Amor fue el consejo;
y así luego entre risas
vi a la esquiva en mis brazos
como mil rosas fina.


Juan Meléndez Valdés

¡Con qué indecible gracia,
tan varia como fácil,
el voluble abanico,
Dorila, llevar sabes!

¡Con qué movimientos
has logrado apropiarle
a los juegos que enseña
de embelesar el arte!

Esta invención sencilla
para agitar el aire
da, abriéndose, a tu mano
bellísima el realce

de que sus largos dedos,
plegándose süaves,
con el mórbido brazo
felizmente contrasten.

Este brazo enarcando,
su contorno tornátil
ostentas cuando al viento
sobre tu rostro atraes.

Si rápido lo mueves,
con los golpes que bates
parece que tu seno
relevas palpitante;

si plácida lo llevas,
en las pausas que haces,
que de amor te embebece
dulcemente la imagen.

De tus pechos entonces,
en la calma en que yacen
medir los ojos pueden
el ámbito agradable.

Cuando con él intentas
la risita ocultarme
que en ti alegre concita
algún chiste picante,

y en tu boca de rosa,
desplegándola afable,
de las perlas que guarda
revela los quilates,

me incitas, cuidadoso,
a ver por tu semblante
la impresión que te causan
felices libertades.

Si el rostro, ruborosa,
te cubres por mostrarme
que en tu pecho, aun sencillo,
pudor y amor combaten,

al ardor que me agita
nuevo pábulo añades
con la débil defensa
que me opones galante.

Al hombro golpecitos,
con gracioso donaire,
con él dándome, dices:
«¿De qué tiemblas, cobarde?

»No es mi pecho tan crudo,
que no pueda apiadarse,
ni me hicieron los cielos
de inflexible diamante.

»Insta, ruega, demanda,
sin temor de enojarme;
que la roca más dura
con tesón se deshace».

Al suelo, distraída,
jugando se te cae,
y es porque cien rendidos
se inquieten por alzarle.

Tú, festiva, lo ríes,
y una mirada amable
es el premio dichoso
de tan dulces debates.

Mientras llamas de nuevo
con medidos compases
al fugaz cefirillo
a tu seno anhelante,

en mis ansias y quejas,
fingiendo no escucharme,
con raudo movimiento
lo cierras y lo abres;

mas súbito rendida,
batiéndolo incesante,
me indicas, sin decirlo,
las llamas que en ti arden.

Una vez que en tu seno
maliciosa lo entraste,
yo, suspirando, dije:
«¡Allí quisiera hallarme!»

Y otra vez ¡ay Dorila!
que a mi rival hablaste
no sé qué, misteriosa,
poniéndolo delante,

lloreme ya perdido,
creyéndote mudable,
y ardiéndoseme el pecho
con celos infernales.

Si quieres con alguno
hacer la inexorable,
le dice tu abanico:
«No más, necio, me canses».

Él a un tiempo te sirve
de que alejes y llames,
favorable acaricies,
y enojada amenaces.

Cerrado en tu alba mano,
cetro es de amor brillante,
ante el cual todos rinden
gustoso vasallaje;

o bien pliega en tu seno
con gracia inimitable
la mantilla, que tanto
lucir hace tu talle.

A la frente lo subes,
a que artero señale
los rizos que a su nieve
dan un grato realce.

Lo bajas a los ojos,
y en su denso celaje
se eclipsan un momento
sus llamas centelleantes

porque logren lumbrosos,
de súbito al mostrarse,
su triunfo más seguro
y como el rayo abrasen.

¡Ah, quién su ardor entonces
resista, y qué de amantes
burlándose, embebecen
sus niñas celestiales!

En todo eres, Dorila,
donosa; a todo sabes
llevar, sin advertirlo
tus gracias y tus sales.

¡Feliz mil y mil veces
quien en unión durable,
en ti correspondido,
cual yo merece amarte!


Juan Meléndez Valdés

Señor, a cuyos días son los siglos
instantes fugitivos, Ser Eterno,
torna a mí tu clemencia,
pues huye vana sombra mi existencia.

Tú que hinches con tu espíritu inefable
el universo y más, Ser Infinito,
mírame en faz pacible,
pues soy menos que un átomo invisible.

Tú en cuya diestra excelsa, valedora
el cielo firme se sustenta, oh Fuerte,
pues sabes del ser mío
la vil flaqueza, me defiende pío.

Tú, que la inmensa creación alientas,
oh fuente de la vida indefectible,
oye mi voz rendida,
pues es muerte ante Ti mi triste vida.

Tú que ves cuanto ha sido en tu honda mente,
cuanto es, cuanto será, Saber inmenso,
tu eterna luz imploro,
pues en sombras de error perdido lloro.

Tú que allá sobre el cielo el trono santo
en luz gloriosa asientas, oh Inmutable,
con tu eternal firmeza
sostén, Señor, mi instable ligereza.

Tú, que si el brazo apartas al abismo
los astros ves caer, oh Omnipotente,
pues yo no puedo nada,
de mi miseria duélete extremada.

Tú, a cuya mano por sustento vuela
el pajarillo, oh bienhechor, oh Padre,
tus dones con largueza
derrama en mí, que todo soy pobreza.

Ser Eterno, Infinito, Fuerte, Vida,
Sabio, Inmutable, Poderoso, Padre,
desde tu inmensa altura
no te olvides de mí, pues soy tu hechura.


Juan Meléndez Valdés

La blanda primavera
derramando aparece
sus tesoros y galas
por prados y vergeles.

Despejado ya el cielo
de nubes inclementes,
con luz cándida y pura
ríe a la tierra alegre.

El alba de azucenas
y de rosa las sienes
se presenta ceñidas,
sin que el cierzo las hiele.

De esplendores más rico
descuella  por oriente
en triunfo el sol y a darle
la vida al mundo vuelve.

Medrosos de sus rayos
los vientos enmudecen,
y el vago cefirillo
bullendo les sucede,

el céfiro, de aromas
empapado, que mueven
en la nariz y el seno
mil llamas y deleites.

Con su aliento en la sierra
derretidas las nieves,
en sonoros arroyos
salpicando descienden.

De hoja el árbol se viste,
las laderas de verde,
y en las vegas de flores
ves un rico tapete.

Revolantes las aves
por el aura enloquecen,
regalando el oído
con sus dulces motetes;

y en los tiros sabrosos
con que el Ciego las hiere
suspirando delicias,
por el bosque se pierden,

mientras que en la pradera
dóciles a sus leyes
pastores y zagalas
festivas danzas tejen

y los tiernos cantares
y requiebros ardientes
y miradas y juegos
más y más los encienden.

Y nosotros, amigos,
cuando todos los seres
de tan rígido invierno
desquitarse parecen,

¿en silencio y en ocio
dejaremos perderse
estos días que el tiempo
liberal nos concede?

Una vez que en sus alas
el fugaz se los lleve,
¿podrá nadie arrancarlos
de la nada en que mueren?

Un instante, una sombra
que al mirar desparece,
nuestra mísera vida
para el júbilo tiene.

Ea, pues, a las copas,
y en un grato banquete
celebremos la vuelta
del abril floreciente.


Juan Meléndez Valdés

Cual un claro arroyuelo
que con plácido giro
por la vega entre flores
se desliza tranquilo,

tal de mi fácil vida
los años fugitivos
entre risas y juegos
cual un sueño han huido.

Veces mil este sueño
repaso embebecido,
sin poder arrancarme
de su grato prestigio.

Doquier en ocio blando
y entre alegres amigos,
pasatiempos y bailes
y banquetes y mimos;

las rosas de Citeres,
con los dulces martirios
del Vendado, y a veces
de Baco los delirios;

esperanzas falaces,
y brillantes castillos
en el viento formados,
por el viento abatidos,

coronando las Musas
los graves ejercicios
de Minerva, y el lauro
con que se ornan su hijos.

Aquí entre hojosas calles
mil encantados sitios,
que aduermen y enajenan
por frescos y sombríos;

más allá en los pensiles
de la olorosa Gnido
del pudor y el deseo
mezclados los suspiros;

y allí de las delicias
sesgando el ancho río,
que brinda en sus cristales
de todo un grato olvido.

Con codiciosa vista
su alegre margen sigo,
y a sus falaces ondas
sediento el labio aplico.

Voy a saciarme, y siento
que súbito al oído
me clama el desengaño
con amoroso grito:

«¿Dónde vas, necio?,¿dónde
tan ciego desvarío
te arrastra, que a tus plantas
esconde los peligros?

Contén el loco empeño:
ese ominoso brillo
que aun te fascina iluso
va a hundirte en el abismo.

De tus felices años
pasó el verdor florido,
y las que entonces gracias,
hoy se juzgaran vicios.

Ya eres hombre, y conviene
dorar arrepentido
con virtudes y afanes
los errores de niño».

Yo cedo, y del corriente
temblando me retiro;
mas vueltos a él los ojos
aun suspirando digo:

«¿Por qué, oh naturaleza,
si es el caer delito,
tan llana haces la senda,
tan dulce el precipicio?

¡Felices seres tantos,
cuyo seguro instinto
jamás sus pasos tuerce,
jamás les fue nocivo!»


Juan Meléndez Valdés

Cuando la sombra fúnebre y el luto
de la lóbrega noche el mundo envuelven
en silencio y horror, cuando en tranquilo
reposo los mortales las delicias
gustan de un blando saludable sueño,
tu amigo solo, en lágrimas bañado,
vela, Jovino, y al dudoso brillo
de una cansada luz, en tristes ayes
contigo alivia su dolor profundo.

¡Ah! ¡cuán distinto en los fugaces días
de sus venturas y soñada gloria
con grata voz tu oído regalaba!,
cuando ufano y alegre, seducido
de crédula esperanza al fausto soplo,
sus ansias, sus delicias, sus deseos
depositaba en tu amistad paciente,
burlando sus avisos saludables.
Huyeron prestos como frágil sombra,
huyeron estos días; y al abismo
de la desdicha el mísero ha bajado.

Tú me juzgas feliz… ¡Oh, si pudieras
ver de mi pecho la profunda llaga
que va sangre vertiendo noche y día!
¡Oh, si del vivo, del letal veneno
que en silencio le abrasa, los horrores,
la fuerza conocieses! ¡Ay, Jovino!
¡ay amigo! ¡ay de mí! Tú sólo a untriste,
leal, confidente en su miseria extrema,
eres salud y suspirado puerto.
En tu fiel seno, de bondad dechado,
mis infelices lágrimas se vierten,
y mis querellas sin temor; piadoso
las oye, y mezcla con mi llanto el tuyo.
Ten lástima de mí; tú solo existes,
tú solo para mí en el universo.
Doquiera vuelvo los nublados ojos,
nada miro, nada hallo que me cause
sino agudo dolor o tedio amargo.
Naturaleza en su hermosura varia
parece que a mi vista en luto triste
se envuelve umbría, y que, sus leyes rotas,
todo se precipita al caos antiguo;

Sí, amigo, sí: mi espíritu insensible,
del vivaz gozo a la impresión süave,
todo lo anubla en su tristeza oscura,
materia en todo a más dolor hallando
y a este fastidio universal que encuentra
en todo el corazón perenne causa.
La rubia Aurora entre rosadas nubes
plácida asoma su risueña frente,
llamando al día; y desvelado me oye
su luz molesta maldecir los trinos
con que las dulces aves la alborean,
turbando mis lamentos importunos.
El sol, velando en centellantes fuegos
su inaccesible majestad, preside
cual rey al universo, esclarecido
de un mar de luz que de su trono corre.
Yo empero huyendo de él, sin cesar llamo
la negra noche, y a sus brillos cierro
mis lagrimosos fatigados ojos.
La noche melancólica al fin llega,
tanto anhelada: a lloro más ardiente,
a más gemidos su quietud me irrita.
Busco angustiado el sueño; de mí huye
despavorido; y en vigilia odiosa
me ve desfallecer un nuevo día,
por él clamando detestar la noche.

Así tu amigo vive; en dolor tanto,
Jovino, el infelice, de ti lejos,
lejos de todo bien, sumido yace.
¡Ay! ¿dónde alivio encontraré a mis penas?
¿Quién pondrá fin a mis extremas ansias
o me dará que en el sepulcro goce
de un reposo y olvido sempiternos?…
Todo, todo me deja y abandona.
La muerte imploro, y a mi voz la muerte
cierra dura el oído; la paz llamo,
la suspirada paz que ponga al menos
alguna leve tregua a las fatigas
en que el llagado corazón guerrea;
con fervorosa voz en ruego humilde
alzo al cielo las manos: sordo se hace
el cielo a mi clamor; la paz que busco
es guerra y turbación al pecho mío.

Así huyendo de todos, sin destino,
perdido, extraviado, con pie incierto,
sin seso corro estos medrosos valles,
ciego, insensible a las bellezas que ora
al ánimo doquiera reflexivo
natura ofrece en su estación más rica.
Un tiempo fue que de entusiasmo lleno
yo las pude admirar, y en dulces cantos
de gratitud holgaba celebrarlas
entre éxtasis de gozo el labio mío.
¡Oh, cómo entonces las opimas mieses,
que de dorada arista defendidas,
en su llena sazón ceden al golpe
del abrasado segador, oh cómo
la ronca voz, los cánticos sencillos
con que su afán el labrador engaña,
entre sudor y polvo revolviendo
el rico grano en las tendidas eras,
mi espíritu inundaran de alegría!
Los recamados centellantes rayos
de la fresca mañana, los tesoros
de llama inmensos que en su trono ostenta
majestuoso el sol, de la tranquila
nevada luna el silencioso paso,
tanta luz como esmalta el velo hermoso
con que en sombras la noche envuelve el mundo,
melancólicas sombras, jamás fueran
vistas de mí sin bendecir humilde
la mano liberal que omnipotente
de sí tan rica muestra hacernos sabe.
Jamás lo fueran sin sentir batiendo
mi corazón en celestial zozobra.

Tú lo has visto, Jovino: en mi entusiasmo
perdido, dulcemente fugitivas
volárseme las horas… Todo, todo
se trocó a un infeliz: mi triste musa
no sabe ya sino lanzar suspiros,
ni saben ya sino llorar mis ojos,
ni más que padecer mi tierno pecho.
En él su hórrido trono alzó la oscura
melancolía, y su mansión hicieran
las penas veladoras, los gemidos,
la agonía, el pesar, la queja amarga,
y cuanto monstruo en su delirio infausto
la azorada razón abortar puede.

¡Ay!, ¡si me vieses elevado y triste,
inundando mis lágrimas el suelo,
en él los ojos, como fría estatua
inmóvil y en mis penas embargado,
de abandono y dolor imagen muda!
¡Ay! ¡si me vieses ¡ay! en las tinieblas
con fugaz planta discurrir perdido,
bañado en sudor frío, de mí propio
huyendo, y de fantasmas mil cercado!

¡Ay! ¡si pudieses ver…, el devaneo
de mi ciega razón, tantos combates,
tanto caer y levantarme tanto,
temer, dudar, y de mi vil flaqueza
indignarme afrentado, en vivas llamas
ardiendo el corazón al tiempo mismo!
¡hacer al cielo mil fervientes votos
y al punto traspasarlos…, el deseo…
la pasión, la razón ya vencedoras…
ya vencidas huir!… Ven, dulce amigo,
consolador y amparo, ven y alienta
a este infeliz, que tu favor implora.
Extiende a mí la compasiva mano,
y tu alto imperio a domeñar me enseñe
la rebelde razón; en mis austeros
deberes me asegura en la escabrosa
difícil senda que temblando sigo.
La virtud celestial y la inocencia
llorando huyeran de mi pecho triste,
y en pos de ellas la paz; tú conciliarme
con ellas puedes, y salvarme puedes.
No tardes, ven; y poderoso templa
tan insano furor; ampara, ampara
a un desdichado que al abismo que huye
se ve arrastrar por invencible impulso,
y abrasado en angustias criminales,
su corazón por la virtud suspira.


Juan Meléndez Valdés

¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días
y los floridos años
de nuestra dulce vida!

Luego la vejez viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,
con pálidos temblores
aguándonos las dichas:

que escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.

El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.

Pues si esto nos espera,
¿para qué, mi Dorila,
son los floridos años
de nuestra dulce vida?

Para vinos y bailes
y amorosas delicias
Citeres los señala
Cupido los destina.

¡Pues ay! ¿qué te detienes?
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do el Céfiro suspira;

y entre ducles cantares
y sabrosa bebida
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.


Juan Meléndez Valdés

Dame, Dorila, el vaso
lleno de dulce vino,
que sólo en ver la nieve
temblando estoy de frío.

Ella en sueltos vellones
por el aire tranquilo
desciende, y cubre el suelo
de cándidos armiños.

¡Oh! como el verla agrada,
seguros de su tiro,
deshecha en copos leves
bajar con lento giro!

Los árboles del peso
se inclinan oprimidos,
y alcorza delicado
parecen en el brillo.

Los valles y laderas,
de un velo cristalino
cubiertos, disimulan
su mustio desabrigo.

Mientras el arroyuelo,
con nuevas aguas rico,
saltando bullicioso
se burla de los grillos.

Sus surcos y trabajos
ve el rústico perdidos,
y triste no distingue
su campo del vecino.

Las aves enmudecen
medrosas en el nido
o buscan de los hombres
el mal seguro asilo.

Y el tímido rebaño
con débiles balidos
demanda su sustento
cerrado en el aprisco.

Pero la nieve crece,
y en denso torbellino
la agita con sus soplos
el aquilón maligno.

Las nubes se amontonan,
y el cielo de improviso
se entolda pavoroso
de un velo más sombrío.

Dejémosla que caiga
Dorila, y bien bebidos,
burlemos sus rigores
con dulces regocijos.

Bebamos y dancemos,
que ya el abril florido
vendrá en las blandas alas
del céfiro benigno.


Juan Meléndez Valdés