Era el silencio miel sobre seda,
y era un ungüento de paz la brisa.
Yo iba del brazo con tu sonrisa
    por la alameda.

Tu boca dulce como un olvido
me dio sus jugos bajo el follaje,
y su chasquido
     rozó mi oído
         como un plumaje
            de un cisne herido;
               como un encaje
                  desvanecido;
                    como un celaje
                       loco de viaje
                         sobre un paisaje
                            desconocido…

Tu boca ungida de luz de trino,
bordó una sombra de frases quedas…
Tu boca tibia me supo a vino,
y en la hojarasca de las veredas
se alzó el revuelo de un remolino
    de áureas monedas…

Y fue el silencio como una gruta,
y la quimera fue como un río
donde bogaron tu amor y el mío…
Y fue tu boca como una fruta
humedecida por el rocío…
 Como amputando gestos sombríos
bruñó la luna su filo de hacha,
y retorciendo sus dedos fríos
    cruzó una racha…

Yo unté de besos tu boca roja,
tu boca dulce como un regreso,
y en cada árbol fue cada hoja
un eco verde de cada beso.

Tu boca intacta me dio sus rasos,
tu voz sin bordes me dio su seda,
y, en la delicia de los retrasos,
moría el roce de nuestros pasos
en el silencio de la alameda…

José Ángel Buesa