Sobre tu frente
los lirios mal heridos.
Si de un racimo terso
como agosto,
al leño duro vas y vienes
¿qué me queda?
Acuno tu vehemencia,
la sosiego,
un pecho y otro doy
a tu embestida. Cristales
me acoracen. ¿Qué me queda?
La luna por almohada
ha de lavarte
la pena calcinada de la nuca.
La hilacha fiera
de la angustia
traza tristes telares,
tiende un ovillo persistente
en tus pupilas.
He de zurcir en tu iris gramos brillantes.
Tanta faena. ¿Qué más yo puedo,
qué dos brazos cruzados,
qué nada que me asista, ni qué nadie? ¿Y así?
Sobre tu frente
estos lirios mal heridos:
pues hierbabuena y mi fe.
¡Bebe el milagro!


Ana Istarú

Como tantos otros que transitan
tiene la pena humilde
y en las sienes
un tanto así de la amargura ajena,
el casto trébol,
perdidamente la aureola del tabaco,
las pocas letras con qué acuñar
mi nombre.
Cedro en sus brazos me carga el horizonte.
Tiene montes perdidos en los brazos.
Un puñado de mar que lo ha nutrido
le puso a  andar de golpe
un barco lleno.
El corazón así encumbró su vuelo.
Un puñado de mar. Me dio la sed
para cegar mi hastío
y los decenios de la pasión;
caracolillos rezumantes
me abordan los tobillos.
Tiene el trigo la clara esencia.
Se parte en partes equiláteras,
perfectas
y se ofrece. Es el aniversario del júbilo.
Me tiembla en cada médula,
me asalta poniendo un niño
azul
tras sus dos ojos.
Trajo del oso el gesto, el entrecejo.
Es generoso y rojo. Tiñe el día
de melancolía
a veces.
De cuajo en cuarzo estalla
y tiñe el día.
Como ninguno
entre tantos que transitan
un aire herrado en oro,
un brote alado,
el polen de la vida en sus corolas
puso a mi piel.
Como ninguno entre tantos que transitan.


Ana Istarú

Cual red que me retenga,
dónde un mástil como a Ulises,
dónde un muro de algas pérfidas
que me corte este vuelo,
que me imprima en la lengua
otra sed que no sea
esta sed de tomarte
con huracanes ciegos.
No hay cuerda que me toque,
no hay turbios arrecifes.
Soy un rayo perfecto.
Ardo en un girasol
delirante de celo.
La sangre se me escapa,
tornado adolescente.
Una orquídea de oro
te he de poner por sexo.
No hay ríos maniatados,
no hay sal, no hay torcedura
que me lacere el paso.
Voy a beber el mar
que guardas retenido,
a arrancarte la copa,
el algodón de nieve,
de la leche los lares,
lentos linos, luceros.

Cubro tu cielo tu espalda.
Tú entre mi espalda y el cielo.


Ana Istarú

Esta noche de desposada
soy mi balcón.
Ventana soy
sin otro atuendo que el del amor.
Y cuando el día
golpee en el vidrio de mi ventana
he de vestirme con mi sábana de desposada.
Que balcón soy.
Para mostrar el paño blanco
tan blanco por la ventana,
tras esta noche de desposada.
Sin una sola nervadura de la amargura,
sin alfileres púrpuras,
sin una isla ni un algodón
en que alojarse pueda el dolor.
Que blanca y pura
soy mi balcón.
Adiós la sangre.
Adiós la sangre, la sangre y su tiniebla.
Que así desnuda y cubierta
con mi sábana de desposada
yo estoy armada.
Y por las calles de España
y a mi América cansada voy,
para mostrar mi blanca tela,
vagina blanca. Blanco el amor.
Porque esta noche de desposada soy mi balcón.


Ana Istarú