Me han dicho, buen Florencio—que deseas
Ver un grano de trigo,
Luego que sobre él cruza y recruza
La rueda corpulenta del molino:

¡Pues, ven! Ábreme el pecho:
Que traigo en él un grano bien deshecho.

José Martí

¡Cielo, mi amor!—en vano sobre el libro
La vista fijo y la atención reclamo:
Tu luz enciendo, con tus rayos vibro,
¡Y expulsado de ti, perdón te clamo!
Si te merezco ¡oh padre! si te adoro
¿Qué delito filial he cometido?
¡Puesto que llanto sobrehumano lloro
Delito alguno sobrehumano ha sido!
En vano apago el férvido gemido;
La voladora idea
La frente en vano hacia la tierra inclina:
La sien desenfrenada me golpea,—
¡El cerebro revuelto se ilumina
Y el ojo enardecido centellea!
Cierto corcel intrépido y fogoso
De raudo giro irregular y eterno
Rebelde, piafa, rápido circula,
Detiénese, se lanza
Del cráneo en torno en veloz carrera,
¡Y de polvo divino
Llena, y de nube, la revuelta esfera!
La ciencia, el cerco, el mísero detalle,
El número, la clase, la doctrina;
¡Y bullendo en el mar de mi cerebro
La impaciencia y la cólera divina!
Sentir que sobre el monte
Sol fuera, luminar del horizonte,
Y frente a una ventana,
Doble prisión sobre la interna mía
¡Plegar al libro el alma sobrehumana
Y el alma ardiente a la cadena fría!
Así, encerrada un águila
En un místico cuerpo de paloma
La garra ruda ciega movería
Y en el círculo estrecho,
Del golpe propio desgarrado el pecho
Con el ala enclavada moriría.

José Martí

Tienes el don, tienes el verso, tienes
Todo el valor de ti, tienes la altiva
Resolución que arrostra y que cautiva
Y llama las coronas a las sienes.

Tienes la fuga, el verbo, los desdenes
Divinos de quien es, y el habla viva
De quien cruza la tierra cielo arriba
Y ni adula al feliz, ni aguarda bienes.

—¡Pero no tengo el impudor odioso
 De enseñar mis entrañas derretidas
 En estuche de verso recamado!

Viva mi nombre oscuro y en reposo
Si he de comprar las palmas perseguidas
Sacando al viento mi dolor sagrado.

Mayo 7

José Martí

«Deja ¡oh mi esposo! la labor causada
Que tus hermosas fuerzas aniquila.
Y ven bajo la bóveda tranquila
De nuestro lecho azul, con tu adorada».

Y alcé los ojos de mi libro, y vila
 De susto y de dolor enajenada.
«Secos y rojos del trabajo al peso,
Tus ojos mira»,—pálida me dijo:
«Duerme!»—y me puso en la mirada un beso.

Hacia la cuna trémulo dirijo
Mi vista ansiosa, y vuelvo al tosco impreso:
¡No ha derecho a dormir quien tiene un hijo!

José Martí

Yo puedo hacer, puedo hacer
 De esta desdicha una joya;
¡Pero me la habrán de ver!—
      No, vive Dios: ¡paso atrás!
Mi pena es mi hija: ¡mi hija
No me la han de ver jamás!
      Son cómicos del dolor,
Son llorones de su entierro,
Son mercaderes de amor,
      Son indignos de placer
      De sufrir y de querer
Los que enseñan y venden
      En libros y salas
      Su goce o dolor.

(A los poetas a lo Grilo)

José Martí