Por esta paz, esposa, que te ofrezco,
ya madura en la sangre, hecha corteza,
qué paciente tributo de tristeza
pagué día por día.

                                     ¡No merezco
tanto dolor!

(El hombre, entre las manos
a veces tiene un corazón y quiere
morir con él intacto. Pero muere
lleno de soledad).

                                     Ecos lejanos
traen mi voz antigua de metales;
mi fría voz de hielos transparentes.

¡Que hasta tu nombre, esposa, fue en mis dientes
tallo de amargas hieles minerales…!

Pero todo es ya campo sin orillas,
lleno de paz. El sol se transfigura
en la ceniza gris de esta clausura,
y abandona sus llamas amarillas.

Yo soy para ti, esposa, como un viento
que humildemente llega y se deshace
contra tus ojos; en agua que renace
entre sus piedras, sin color ni acento.

No es posible dar más de lo que he dado
para llenar el pozo al que me asomo.
El pan que yo te traigo; el pan que como
tiene sabor de trigo macerado.
Trigo soy con sustancia. Pan en duelo
para el desconocido.

                                            (El hombre quiere
gritar «Amor» a veces, pero muere
en el silencio, en tanto el alto cielo
se llena de esta paz, esposa, de esta
consagración definitiva).

                                                —¡Toma
mi paz de sangre!

                                    ¡Goce mi paloma
del esplendor caliente de su fiesta…!