Amantes de la quimera,
Yo calmaré vuestro mal:
Soy la dicha artificial,
Que es la dicha verdadera.

Isis que rasga su velo
Polvoreado de diamantes
Ante los ojos amantes
Donde fulgura el anhelo;

Encantadora sirena
Que atrae, con su canción,
Hacia la oculta región
En que fallece la pena;

Bálsamo que cicatriza
Los labios de abierta llaga;
Astro que nunca se apaga
Bajo su helada ceniza;

Roja columna de fuego
Que guía al mortal perdido,
Hasta el país prometido
Del que no retorna luego.

Guardo, para fascinar
Al que siento en derredor,
Deleites como el amor,
Secretos como la mar.

Tengo las áureas escalas
De las celestes regiones;
Doy al cuerpo sensaciones;
Presto al espíritu alas.

Percibe el cuerpo dormido
Por mi mágico sopor,
Sonidos en el color,
Colores en el sonido.

Puedo hacer en un instante
Con mi poder sobrehumano,
De cada gota un océano,
De cada guija un diamante.

Ante la mirada fría
Del que codicia un tesoro,
Vierte cascadas de oro,
En golfos de pedrería.

Ante los bardos sensuales
De loca imaginación,
Abro la regia mansión,
De los goces orientales,

Donde odaliscas hermosas
De róseos cuerpos livianos,
Cíñenle, con blancas manos,
Frescas coronas de rosas,

Y alzan un himno sonoro
Entre el humo perfumado
Que exhala el ámbar quemado
En pebeteros de oro.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Quien me ha probado una vez
Nunca me abandonará.
¿Qué otra embriaguez hallará
Superior a mi embriaguez?

Tanto mi poder abarca,
Que conmigo han olvidado,
Su miseria el desdichado,
Y su opulencia el monarca.

Yo venzo a la realidad,
Ilumino el negro arcano
Y hago del dolor humano
Dulce voluptuosidad.

Yo soy el único bien
Que nunca engendró el hastío.
¡Nada iguala el poder mío!
¡Dentro de mí hay un Edén!

Y ofrezco al mortal deseo
Del ser que hirió ruda suerte,
Con la calma de la Muerte,
La dulzura del Leteo.


Julián del Casal

    Balada

          I

Alrededor de una perla
Que el mundo ostenta en su seno,
Como divino presente
De las manos del Eterno;

Hay dos aves de rapiña
Contemplando sus destellos:
Una de plumaje áureo,
Otra de plumaje negro.

          II

Viendo la perla romperse
Entre su concha de cieno,
Ya afilan los corvos picos,
Para alcanzar sus fragmentos,

Las dos aves de rapiña
Que contemplan sus destellos:
Una de plumaje áureo,
Otra de plumaje negro.


Julián del Casal

          I

Hovering o’er a lovely pearl
That the depths of earth were guarding
As an ofering divine
From the hands of the Eternal,
Were two birds of rapine set
With their eyes upon íts gleaming,
One with plumage all of gold,
One with plumage black as jet.

          II

Seeing that the pearl was bursting
In its shell within the slime,
They made ready with their beaks
To dissect its broken pieces,
These two birds of rapine set
With their eyes upon its gleaming,
One with plumage all of gold,
One with plumage black as jet.

Nací en Cuba. El sendero de la vida
Firme atravieso, con ligero paso.
Sin que encorve mi espalda vigorosa
La carga abrumadora de los años.

Al pasar por las verdes alamedas,
Cogido tiernamente de la mano,
Mientras cortaba las fragantes flores
O bebía la lumbre de los astros,
Vi la Muerte, cual pérfido bandido,
Abalanzarse rauda ante mi paso
Y herir a mis amantes compañeros,
Dejándome, en el mundo, solitario.

¡Cuán difícil me fue marchar sin guía!
¡Cuántos escollos ante mí se alzaron!
¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas!
Y ¡cuán lóbregos todos los espacios!
¡Cuántas veces la estrella matutina
Alumbró, con fulgores argentados,
La huella ensangrentada que mi planta
Iba dejando, en los desiertos campos,
Recorridos en noches tormentosas,
Entre el fragor horrísono del rayo,
Bajo las gotas frías de la lluvia
Y a la luz funeral de los relámpagos!

Mi juventud, herida ya de muerte,
Empieza a agonizar entre mis brazos.
Sin que la puedan reanimar mis besos,
Sin que la puedan consolar mis cantos.
Y al ver, en su semblante cadavérico,
De sus pupilas el fulgor opaco
—Igual al de un espejo desbruñido—,
Siento que el corazón sube a mis labios,
Cual si en mi pecho la rodilla hincara
Joven titán de miembros acerados.

Para olvidar entonces las tristezas
Que como nube de voraces pájaros
Al fruto de oro entre las verdes ramas,
Dejan mi corazón despedazado,
Refúgiome del Arte en los misterios
O de la hermosa Aspasia entre los brazos,

Guardo siempre, en el fondo de mi alma,
Cual hostia blanca en cáliz cincelado,
La purísima fe de mis mayores,
Que por ella, en los tiempos legendarios,
Subieron a la pira del martirio,
Con su firmeza heroica de cristianos,
La esperanza del cielo en las miradas
Y el perdón generoso entre los labios.

Mi espíritu, voluble y enfermizo,
Lleno de la nostalgia del pasado,
Ora ansia el rumor de las batallas,
Ora la paz de silencioso claustro,
Hasta que pueda despojarse un día
—Como un mendigo del postrer andrajo—,
Del pesar que dejaron en su seno
Los difuntos ensueños abortados.

Indiferente a todo lo visible,
Ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasio,
Como si dentro de mi ser llevara
El cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo!

Libre de abrumadoras ambiciones,
Soporto de la vida el rudo fardo,
Porque me alienta el formidable orgullo
De vivir, ni envidioso ni envidiado,
Persiguiendo fantásticas visiones,
Mientras se arrastran otros por el fango
Para extraer un átomo de oro
Del fondo pestilente de un pantano.


Julián del Casal