Pábulo hasta entonces de la brutalidad,ignorante de la misericordia y del afecto, caíste en mis brazosamorosos tú, que habías caído y eras casta,reducida por la adversidad a lastimosa condición de ave cansada,de cordero querelloso y herido. Interrumpida por quejas fue la historiade tu vida, toda dolor o afrenta. Expósita sacrificada dealgún apellido insigne, fuiste recogida por quien explotómás tarde tu belleza. Ahora pensabas que tu muerte seríapública, como tu aparición en el mundo; que algúndía vendría ella a liberarte de tus enemigos, la miseria,el dolor y el vicio; que la crónica de los periódicos,registrando el suceso, no diría tu nombre de emperatriz o deheroína, sustituyéndolo por el apodo infamante.
Agobiaba tu frente con estigma oprobioso lainjusticia; doblegaba tus hombros el peso de una cruz. Cerca demí, dolorosa y extenuada, hablabas con los ojos bajos que, muyrara vez levantados, dejaban descubrir, vergonzosos, ilusión deparaísos perdidos de amor.
Tanto como por esos pensamientos, se elevaba tuqueja por la belleza marchita casi al comienzo de la juventud, por lamustia energía de los músculos en los brazosanémicos, por los hombros y espaldas descarnados, propicios a latisis, por la fealdad que acompañaba tu flaqueza… Era la tuyauna queja intensa, como si estuviera aumentada por la de antepasadosvirtuosos que lamentaran tu ignominia. Era la primera vez que no lasofocabas en silencio, como hasta entonces, a los cielos demasiadolejanos, a los hombres demasiado indiferentes. Y prometíasrecordar y bendecirme a mí, a aquel hombre, decías, elúnico que te había compadecido, sin cuya caridad tehabrías encontrado más aislada, que tenía losbrazos abiertos a todas las desventuras, pues fijo como a una cruzestaba por los dolores propios y ajenos. Por no afligirte más,te dejé ignorar que yo, soñador de una imposiblejusticia, iba también quejumbroso y aislado por la vida, y que,más infeliz que tú, sin aquel afecto que moriríapronto contigo, estaría solo.