Que el viejo que con destreza
Se ilumina, tiñe y pinta,
Eche borrones de tinta
Al papel de su cabeza;
Que enmiende a naturaleza
En sus locuras protervo;
Que amanezca negro cuervo,
Durmiendo blanca paloma,
Con su pan se lo coma.

Que la vieja de traída
Quiera ahora distraerse,
Y que quiera moza verse
Sin servir en esta vida;
Que se case persuadida
Que concebirá cada año,
No concibiendo el engaño
Del que por mujer la toma,
Con su pan se lo coma.

Que mucha conversación,
Que es causa de menosprecio,
En la mujer del que es necio
Sea de más precio ocasión;
Que case con bendición
La blanca con el cornado,
Sin que venga dispensado
El parentesco de Roma,
Con su pan se lo coma.

Que en la mujer deslenguada
(Que a tantos hartó la gula)
Hurte la cara a la Bula
El renombre de Cruzada;
Que ande siempre persignada
De puro buena mujer;
Que en los vicios quiera ser
Y en los castigos Sodoma,
Con su pan se lo coma.

Que el sastre que nos desuella
Haga, con gran sentimiento,
En la uña el testamento
De lo que agarró con ella;
Que deba tanto a su estrella,
Que las faltas en sus obras
Sean para su casa sobras
Cuando ya la muerte asoma,
Con su pan se lo coma.

Septiembre de 1603

Francisco de Quevedo y Villegas

Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
De contino anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
Donde el Mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Es galán, y es como un oro,
Tiene quebrado el color,
Persona de gran valor,
Tan Cristiano como Moro.
Pues que da y quita el decoro
Y quebranta cualquier fuero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al duque y al ganadero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Mas ¿a quién no maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo menos de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Pero pues da al bajo silla
Y al cobarde hace guerrero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Sus escudos de Armas nobles
Son siempre tan principales,
Que sin sus Escudos Reales
No hay Escudos de armas dobles.
Y pues a los mismos robles
Da codicia su minero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Por importar en los tratos
Y dar tan buenos consejos,
En las Casas de los viejos
Gatos le guardan de gatos.
Y pues él rompe recatos
Y ablanda al juez más severo,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Y es tanta su majestad
(Aunque son sus duelos hartos),
Que con haberle hecho cuartos,
No pierde su autoridad.
Pero pues da calidad
Al noble y al pordiosero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Nunca vi Damas ingratas
A su gusto y afición,
Que a las caras de un doblón
Hacen sus caras baratas.
Y pues las hace bravatas
Desde una bolsa de cuero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra,
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Y pues al pobre le entierra
Y hace proprio al forastero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Francisco de Quevedo y Villegas

Que un sabio de mal humor
llame locura al amor,
           ya lo veo;
pero que no se enloquezca
cuando otro humor prevalezca,
           no lo creo.

Que una doncella guardada
esté del mundo apartada,
           ya lo veo;
pero que no muera ella
por salir de ser doncella,
           no lo creo.

Que un filósofo muy grave
diga que de amor no sabe,
           ya lo veo;
pero que no mienta el sabio
con el pecho y con el labio,
           no lo creo.

Que una moza admita un viejo
por marido o por cortejo,
           ya lo veo;
mas que el viejo en confusiones
no dé por cuernos doblones,
           no lo creo.

Que un amante abandonado
diga que está escarmentado,
          yalo veo;
pero que él no se desdiga
si encuentra grata a su amiga,
           no lo creo.

Que una vieja ya se asombre
hasta del nombre del hombre
           ya lo veo;
pero que ella no quisiera
ser de edad menos severa,
           no lo creo.

Que una mujer a su amante
jure ser siempre constante,
           ya lo veo;
pero que se pase un día
y ella quiera todavía,
           no lo creo.

Que de todas las mujeres
no importen los pareceres,
           ya lo veo;
pero de que la que amamos
el parecer no sigamos,
           no lo creo.

Que la mujer, cual cristal,
la quiebre un soplo fatal,
           ya lo veo;
pero que pueda soldarse
si una vez llega a quebrarse,
           no lo creo.

Que al espejo las coquetas
estudien mil morisquetas,
           ya lo veo;
pero que sea el cristal
el objeto principal,
           no lo creo.

Que bastante he murmurado
en lo que está criticado,
           ya lo veo;
pero que mucho no pueda
criticarse en lo que pueda,
           no lo creo.

Que la novia moza y linda
al novio viejo se rinda,
           ya lo veo;
pero que crea el barbón
que ella rinde el corazón,
           no lo creo.


Dalmiro. José Cadalso