¡Ay, si cantar pudiera
los hijos, de los dioses lira de hombre,
y cual trompa guerrera
de altísima armonía,
que ambos polos atónitos asombre,
resonase la mía,
hijo de Febo, joven prodigioso,
cuál se alzara mi numen orgulloso!
Se alzara por regiones,
astros, esferas, mundos; y a su acento
las célicas mansiones
eco sacro darían,
y los dioses del alto firmamento
a escucharme vendrían.
Anfión y Orfeo no triunfaron tanto
del mar y hórrido reino del espanto.
Creyéndome inspirado
para cantar tus loores dignamente,
mandándomelo el hado,
las musas castellanas,
con lauro coronándome la frente,
vendrían más ufanas
que las de Tebas, cuando el dios del día
a Píndaro portentos influía.
La cítara lesbiana,
que con marfil y pulso a trinar hecho
tañe tu diestra ufana,
en vano, dulce amigo,
para cantarte aplico al blando pecho.
No resuena conmigo
como en tu mano armónica resuena,
de pompa, majestad y gloria llena.
Resuena cual solía
la de Salicio y Títiro en lo blando
la dulce lira mía.
Parezco, al imitarte,
pastor que con su avena va imitando
la trompa atroz de Marte,
que el céfiro se ríe y se recrea,
y la purpúrea rosa se menea.
Con lascivos arrullos
ya los pájaros juntan su armonía,
y el río sus murmullos,
siempre manso y tranquilo;
cuando el mundo de horrores temblaría,
del Orinoco al Nilo,
si las ruedas del carro resonaran,
y de Marte la trompa acompañaran.
Fatíganme en lo interno
furias, trasgos y manes, que aparecen
del horrísono infierno
y báratro profundo;
y sol y luna y astros se oscurecen,
y se anonada el mundo,
rompiéndose ambos polos con estruendo,
y el caos primero, tímido, estoy viendo.
Euménides atroces
su fuego en torno esparcen con silbido
y horrendísimas voces,
con víboras, serpientes
y culebras el pelo entretejido;
los brazos relucientes
con lóbrega vislumbre tan siniestra,
que sólo espectros y fantasmas muestra.
La envidia las conmueve
sacándolas del centro del abismo,
y con ardid aleve
en mi pecho las hunde
con fiero ardor contra mi amigo mismo,
porque mil celos funde,
cuando la fama te aclamó poeta
con el son inmortal de su trompeta.
«¡Con que permite el hado
(me dice en ronco son la horrible dea)
que perezca olvidado
tu nombre con tu verso,
y que de Moratín la musa sea
la que del universo
haga sonar el uno y otro polo
con cítara que envidie el mismo Apolo!»,
dijo, y su pecho lleno
de áspides ponzoñosas y rencores,
me arrojó su veneno.
Ardiose el pecho mío,
cual seca mies del rayo a los ardores
vibrado en el estío;
tu nombre aborrecí con triste ceño,
cual esclavo la mano de su dueño.
Mas la amistad sagrada
con su cándida túnica desciende
de la empírea morada;
de virtudes un coro
la cerca, y con su manto te defiende.
Su carro insigne de oro
deslumbra, y ciega al monstruo que me irrita,
y al centro del horror le precipita.
Mirándome la diosa
con faz serena y plácida hermosura,
dejó mi alma gozosa,
cual esparce alegría
rosada aurora tras la noche oscura,
dando consuelo el día,
desde el lejano, lúcido horizonte,
al hombre, al bruto, al ave, al campo, al monte.
Mi frente que, arrugada,
de mi alma mostró el crüel tormento,
con mano regalada
alzó, diciendo: «Vive
con amigo tan ínclito contento;
como tuyo recibe
el justo aplauso y lírica corona
que le da Olimpo, Iberia y Helicona,
»Aquellos que yo he unido
con mis vínculos gratos y celestes,
después que hayan cumplido
los días de sus hados,
Cástor y Pólux, Pílades y Orestes,
a Olimpo son llevados;
y Júpiter, llenando mi deseo,
eternos viven Píroto y Teseo.
»Deja a las corvas almas
la sátira y rencor, y tus laureles
junta a las sacras palmas
de Moratín divino.
No temen los amigos, si son fieles,
las iras del destino,
y al lado de sus versos asombrosos
se admirarán los tuyos amorosos.
»A él le ha dado Apolo
la cítara de Píndaro sonante,
para que cante él solo
de Carlos las hazañas
(oyendo desde el punto más distante,
Américas y Españas,
coronado en cada una de las zonas)
y sus virtudes más que sus coronas;
»y el hijo suyo digno
(prole que a España dio próspero el cielo)
y aquel rostro benigno
de Luisa parmesana,
de quien Castilla aguarda su consuelo,
belleza más que humana;
y de Gabriel y Luis las prendas tales,
que serán, con sus versos, inmortales.
»Y por probarse a veces
cantará de la patria y sus varones
heroicas altiveces.
Escúchale entonando
sagrados himnos, líricas canciones,
y estándole escuchando
suspenso el cielo, quedan sin empleo
espada, rayo, lira y caduceo.
»Para él es digno asunto
lo de México, Cuzco y de Pavía,
y Numancia y Sagunto,
San Quintín y Lepanto,
y de Almansa y Brihuega el claro día
(¡feliz a España tanto!).
Pero tú… canta céfiros y flores,
arroyos, campos, ecos y pastores»,
dijo, y fuese volando,
dejando mi alma llena de consuelo.
Y un rastro fue dejando
de clara luz sagrada,
desde la humilde tierra al alto cielo;
su corona estrellada
en torno por el aire difundía
etéreo olor de líquida ambrosia.
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