No siempre es poderosa,
Carrero, la maldad, ni siempre atina
la envidia ponzoñosa,
y la fuerza sin ley que más se empina
al fin la frente inclina;
que quien se opone al cielo,
cuando más alto sube, viene al suelo.

Testigo es manifiesto
el parto de la Tierra mal osado,
que, cuando tuvo puesto
un monte encima de otro, y levantado,
al hondo derrocado,
sin esperanza gime
debajo su edificio que le oprime.

Si ya la niebla fría
al rayo que amanece odiosa ofende
y contra el claro día
las alas oscurísimas estiende,
no alcanza lo que emprende,
al fin y desparece,
y el sol puro en el cielo resplandece.

No pudo ser vencida,
ni la será jamás, ni la llaneza
ni la inocente vida
ni la fe sin error ni la pureza,
por más que la fiereza
del Tigre ciña un lado,
y el otro el Basilisco emponzoñado;

por más que se conjuren
el odio y el poder y el falso engaño,
y ciegos de ira apuren
lo propio y lo diverso, ajeno, estraño,
jamás le harán daño;
antes, cual fino oro,
recobra del crisol nuevo tesoro.

El ánimo constante,
armado de verdad, mil aceradas,
mil puntas de diamante
embota y enflaquece y, desplegadas
las fuerzas encerradas,
sobre el opuesto bando
con poderoso pie se ensalza hollando;

y con cien voces suena
la Fama, que a la Sierpe, al Tigre fiero
vencidos los condena
a daño no jamás perecedero;
y, con vuelo ligero
veniendo, la Vitoria
corona al vencedor de gozo y gloria.

Fray Luis de León

Aunque en ricos montones
levantes el cautivo inútil oro;
y aunque tus posesiones
mejores con ajeno daño y lloro;

y aunque cruel tirano
oprimas la verdad, y tu avaricia,
vestida en nombre vano,
convierta en compra y venta la justicia;

aunque engañes los ojos
del mundo a quien adoras: no por tanto
no nacerán abrojos
agudos en tu alma; ni el espanto

no velará en tu lecho;
ni huirás la cúita y agonía,
el último despecho;
ni la esperanza buena en compañía

del gozo tus umbrales
penetrará jamás; ni la Meguera,
con llamas infernales,
con serpentino azote la alta y fiera

y diestra mano armada,
saldrá de tu aposento sola una hora;
y ni tendrás clavada
la rueda, aunque más puedas, voladora

del Tiempo hambriento y crudo,
que viene, con la muerte conjurado,
a dejarte desnudo
del oro y cuanto tienes más amado;
y quedarás sumido
en males no finibles y en olvido.

Fray Luis de León

  Virgen, que el sol más pura,
gloria de los mortales, luz del cielo,
en quien la piedad es cual la alteza:
  los ojos vuelve al suelo
y mira un miserable en cárcel dura,
cercado de tinieblas y tristeza.
  Y si mayor bajeza
no conoce, ni igual, juicio humano,
que el estado en que estoy por culpa ajena,
  con poderosa mano
quiebra, Reina del cielo, esta cadena.

  Virgen, en cuyo seno
halló la deidad digno reposo,
do fue el rigor en dulce amor trocado:
  si blando al riguroso
volviste, bien podrás volver sereno
un corazón de nubes rodeado.
  Descubre el deseado
rostro, que admira el cielo, el suelo adora:
las nubes huirán, lucirá el día;
  tu luz, alta Señora,
venza esta ciega y triste noche mía.

  Virgen y madre junto,
de tu Hacedor dichosa engendradora,
a cuyos pechos floreció la vida:
  mira cómo empeora
y crece mí dolor más cada punto;
el odio cunde, la amistad se olvida;
  si no es de ti valida
la justicia y verdad, que tú engendraste,
¿adónde hallará seguro amparo?
  Y pues madre eres, baste
para contigo el ver mi desamparo.

  Virgen, del sol vestida,
de luces eternales coronada,
que huellas con divinos pies la Luna;
  envidia emponzoñada,
engaño agudo, lengua fementida,
odio crüel, poder sin ley ninguna,
  me hacen guerra a una;
pues, contra un tal ejército maldito,
¿cuál pobre y desarmado será parte,
  si tu nombre bendito,
María, no se muestra por mi parte?

  Virgen, por quien vencida
llora su perdición la sierpe fiera,
su daño eterno, su burlado intento;
  miran de la ribera
seguras muchas gentes mi caída,
el agua violenta, el flaco aliento:
  los unos con contento,
los otros con espanto; el más piadoso
con lástima la inútil voz fatiga;
  yo, puesto en ti el lloroso
rostro, cortando voy onda enemiga.

  Virgen, del Padre Esposa,
dulce Madre del Hijo, templo santo
del inmortal Amor, del hombre escudo:
  no veo sino espanto;
si miro la morada, es peligrosa;
si la salida, incierta; el favor mudo,
  el enemigo crudo,
desnuda, la verdad, muy proveída
de armas y valedores la mentira.
  La miserable vida,
sólo cuando me vuelvo a ti, respira.

  Virgen, que al alto ruego
no más humilde sí diste que honesto,
en quien los cielos contemplar desean;
  como terrero puesto—
los brazos presos, de los ojos ciego—
a cien flechas estoy que me rodean,
  que en herirme se emplean;
siento el dolor, mas no veo la mano;
ni me es dado el huir ni el escudarme.
  Quiera tu soberano
Hijo, Madre de amor, por ti librarme.

  Virgen, lucero amado,
en mar tempestuoso clara guía,
a cuvo santo rayo calla el viento;
  mil olas a porfía
hunden en el abismo un desarmado
leño de vela y remo, que sin tiento
  el húmedo elemento
corre; la noche carga, el aire truena;
ya por el cielo va, ya el suelo toca;
  gime la rota antena;
socorre, antes que emviste en dura roca.

  Virgen, no enficionada
de la común mancilla y mal primero,
que al humano linaje contamina;
  bien sabes que en ti espero
dende mi tierna edad; y, si malvada
fuerza que me venció ha hecho indina
  de tu guarda divina
mi vida pecadora, tu clemencia
tanto mostrará más su bien crecido,
  cuanto es más la dolencia,
y yo merezco menos ser valido.

  Virgen, el dolor fiero
añuda ya la lengua, y no consiente
que publique la voz cuanto desea;
  mas oye tú al doliente
ánimo, que contino a ti vocea.

Fray Luis de León

La cana y alta cumbre
de Ilíberi, clarísimo Carrero,
contiene en sí tu lumbre
ya casi un siglo entero,
y mucho en demasía
detiene nuestro gozo y alegría;

los gozos, que el deseo
figura ya en tu vuelta y determina,
a do vendrá el Lyeo
y de la Cabalina
fuente la moradora
y Apolo con la cítara cantora.

Bien eres generoso
pimpollo de ilustrísimos mayores;
mas esto, aunque glorioso,
son títulos menores,
que tú, por ti venciendo,
a par de las estrellas vas luciendo,

y juntas en tu pecho
una suma de bienes peregrinos,
por donde con derecho
nos colmas de divinos
gozos con tu presencia,
y de cuidados tristes con tu ausencia;

porque te ha salteado
en medio de la paz la cruda guerra,
que agora el Marte airado
despierta en la alta sierra,
lanzando rabia y sañas
en las infieles bárbaras entrañas;

do mete a sangre y fuego
mil pueblos el Morisco descreído,
a quien ya perdón ciego
hubimos concedido,
a quien en santo baño
teñimos para nuestro mayor daño,

para que el nombre amigo
(¡ay, piedad cruel!) desconociese
el ánimo enemigo
y ansí más ofendiese:
mas tal es la fortuna,
que no sabe durar en cosa alguna.

Ansí la luz, que agora
serena relucía, con nublados
veréis negra a deshora,
y los vientos alados
amontonando luego
nubes, lluvias, horrores, trueno y fuego.

Mas tú que solamente
temes al claro Alfonso que, inducido
de la virtud ardiente
del pecho no vencido,
por lo más peligroso
se lanza discurriendo vitorioso:

Como en la ardiente arena
el líbico león las cabras sigue,
las haces desordena
y rompe y las persigue
armado relumbrando,
la vida por la gloria aventurando.

Testigo es la fragosa
Poqueira, cuando él solo, y traspasado
con flecha ponzoñosa,
sostuvo denodado,
y convirtió en huida
mil banderas de gente descreída;

mas sobre todo cuando,
los dientes de la muerte agudos fiera
apenas declinando,
alzó nueva bandera,
mostró bien claramente
de valor no vencible lo excelente.

Él pues relumbre claro
sobre sus claros padres; mas tú en tanto,
dechado de bien raro,
abraza el ocio santo;
que mucho son mejores
los frutos de la paz, y muy mayores.

Fray Luis de León

Nada por siempre dura.
Sucede al bien el mal, al albo día
sigue la noche obscura,
y el llanto y la alegría
en un vaso nos da la suerte impía.

Trueca el árbol sus flores
para el otoño en frutos, ya temblando
del cierzo los rigores,
que inclemente volando,
vendrá tristeza y luto derramando;

y desnuda y helada
aun su cima los ojos desalienta,
la hoja en torno sembrada,
cuando al invierno ahuyenta
abril y nuevas galas le presenta.

Se alza el sol con su pura
llama a dar vida y fecundar el suelo,
pero al punto la obscura
tempestad cubre el cielo,
y de su luz nos priva y su consuelo.

¿Qué día el más clemente
resplandeció sin nube?, ¿quién contarse
feliz eternamente
pudo?, ¿quién angustiarse
en perenne dolor sin consolarse?

Todo se vuelve y muda.
Si hoy los bienes me roba, si tropieza
en mí la suerte cruda,
las Musas su riqueza
saben guardar en mísera pobreza.

Los bienes verdaderos,
la salud,  libertad y fe inocente,
no los dan los dineros,
ni del metal luciente
siguen, Menalio, la fugaz corriente.

Fuera yo un César, fuera
el opulento Creso, ¿acaso iría
mayor si me midiera?
Mi ánimo solo haría
la pequeñez o la grandeza mía.

De mi débil gemido
no, amigo, no serás importunado,
pues hoy yace abatido
lo que ayer fue encumbrado,
y a alzarse torna para ser postrado.

Fluye el astro del día
con la noche a otros climas, mas la aurora
nos vuelve su alegría;
y Fortuna en un hora
corre a entronar al que abatido llora.

Si hoy me es esquivo el hado,
mañana favorable podrá serme;
y pues no me ha robado
en tu pecho, ni ofenderme
pudo, ni logrará rendido verme.


Juan Meléndez Valdés