En esta breve tabla,
discípulo de Apeles,
cual yo te la pintare,
retrátame mi ausente.
Retratada cual sale
al punto que amanece
tras unos corderillos
al valle a entretenerse.
Suelto el trenzado de oro,
y al céfiro, que leve
volando licencioso
le ondea y le revuelve.
Encima una guirnalda,
que sus tranquilas sienes
de púrpura matice
con rosas y claveles.
De do con aire hermoso
de majestad alegre
la tersa frente asome,
cual reluciente plata
salga la blanca frente.
Y para que le pongas
la gracia que ella tiene
la cándida azucena
darate olor y nieve.
Luego en las negras cejas
tu habilidad ordene
la majestad del arco
que nace cuando llueve:
Y al traidor Cupidillo
podrás también ponerme,
que en medio esté asentado
y el arco a todos fleche.
Los ojos de paloma
que a su pichón se vuelve
rendida ya de amores,
y un beso le promete;
Las niñas haz de llama
que bullan y se alegren,
y a Amor que como un niño
jugando en torno vuele.
Después para que apague
los fuegos que el enciende,
la nariz proporciona
tornátil y de nieve.
Y luego entre los labios
deshoja mil claveles,
que nunca puedes darle
la púrpura que tienen.
Su boca… pero aguarda,
primero van los dientes
de aljófares menudos,
que unidos no discrepen:
Y dentro has de pintarme
cuando la lengua mueve
como un panal que afuera
destile hibleas mieles.
Las Gracias como abejas,
que con susurro leve
volando en el verano
en torno van y vienen.
Y al lado de las mejillas
dos rosas, como suelen
quedar cuando sus perlas
el alba en ellas llueve.
Cargando todo aquesto
con proporción decente
sobre el nevado cuello,
que mil corales cerquen.
Los hombros de él se aparten,
y en el hoyuelo empiece
el relevado pecho
tan albo que embelese.
Con dos bullentes pomas,
cual deliciosas fuentes
del néctar regalado
de la mansión celeste.
La airosa vestidura
de púrpura esplendente,
las puntas arrastrando
que el campo reflorecen.
Encima un bien rizado
pellico, y que le cuelgues
mil trenzas de oro y seda
que su opulencia ostenten.
Pero ¡ay! déjalo, amigo,
que tú pintar no puedes
tan celestial sujeto,
por mucho que te esmeres.
Y yo a sus brazos corro,
donde el Amor me ofrece
el premio de mis ansias,
y el colmo de sus bienes.
Juan Meléndez Valdés
|