La rosa de Citeres,
primicia del verano,
delicia de los dioses
y adorno de los campos,

objeto del deseo
de las bellas, del llanto
del Alba feliz hija,
del dulce Amor cuidado,

¡oh! ¡cuán atrás se queda
si necio la comparo
en púrpura y olores,
Dorila, con tus labios!

ora el virginal seno
al soplo regalado
de aura vital desplegue
del sol al primer rayo,

o inunde en grato aroma
tu seno relevado,
más feliz si tú inclinas
la nariz por gozarlo.


Juan Meléndez Valdés

«Dicen que alegre canto
tan amorosos versos,
cual nuestros viejos tristes
nunca cantar supieron.

»Pero yo, que sin sustos
pretensiones ni pleitos
vivo siempre entre danzas
retozando y bebiendo,

»¿puedo acaso afligirme?
¿Pueden mis dulces metros
no sacar los ardores
de Cupido y Lïeo?

»¿Por qué los que me culpan,
de vil codicia ciegos
inicuos atesoran
y gozan con recelo?

»¿Por qué en fatal envidia
hierven y horror sus pechos,
cuando riente el mío
nada en genial contento?

»¿Por qué afanados velan
mientras que en paz yo duermo,
tras el fugaz fantasma
de la ambición corriendo?

»Bien por mí seguir puede
cada cual su deseo,
pero yo antes que al oro
a los brindis me atengo,

»y antes que a negras iras
o a deleznables puestos,
a delicias y gozos
libre daré mi pecho.

»Vengan, pues, vino y rosas,
que mejor que no duelos
son los sorbos süaves
con que alegre enloquezco».

Así a Dorila dije,
que festiva al momento
me dio llena otra copa
gustándola primero.

Y entre mimos y risas
con semblante halagüeño
respondiome: «¿Qué temes
la grita de los viejos?

»Bebamos si nos riñen,
bebamos y bailemos,
que de tus versos dulces
yo sola juzgar debo».


Juan Meléndez Valdés

Siendo yo niño tierno,
con la niña Dorila
me andaba por la selva
cogiendo florecillas,

de que alegres guirnaldas,
con gracia peregrina
para ambos coronarnos,
su mano disponía.

Así en niñeces tales
de juegos y delicias
pasábamos felices
las horas y los días.

Con ellos poco a poco
la edad corrió de prisa,
y fue de la inocencia
saltando la malicia.

De suerte que al mirarme
Dorila se reía,
y a mí de sólo hablarla
también me daba risa.

Si yo le daba flores
el pecho me latía,
y al ella coronarme
quedábase embebida.

Con esto ya una tarde
después de mil sencillas
promesas de mi pecho

se halagaban amigas,

y de gozo y deleite,
cola y alas caídas,
centellantes sus ojos,
desmayadas gemían.

Alentonos su ejemplo,
y entre honestas caricias
nos contamos turbados

le dije las fatigas:

Oyolas bien y al punto
voló de nuestra vista
la niñez, y por ella
nos dio el Amor sus dichas.


Juan Meléndez Valdés

En esta breve tabla,
discípulo de Apeles,
cual yo te la pintare,
retrátame mi ausente.

Retratada cual sale
al punto que amanece
tras unos corderillos

al valle a entretenerse.

Suelto el trenzado de oro,
y al céfiro, que leve
volando licencioso
le ondea y le revuelve.

Encima una guirnalda,
que sus tranquilas sienes
de púrpura matice
con rosas y claveles.

De do con aire hermoso
de majestad alegre
la tersa frente asome,
cual reluciente plata
salga la blanca frente.

Y para que le pongas
la gracia que ella tiene

la cándida azucena
darate olor y nieve.

Luego en las negras cejas
tu habilidad ordene
la majestad del arco
que nace cuando llueve:

Y al traidor Cupidillo
podrás también ponerme,
que en medio esté asentado
y el arco a todos fleche.

Los ojos de paloma
que a su pichón se vuelve
rendida ya de amores,
y un beso le promete;

Las niñas haz de llama
que bullan y se alegren,
y a Amor que como un niño
jugando en torno vuele.

Después para que apague
los fuegos que el enciende,
la nariz proporciona
tornátil y de nieve.

Y luego entre los labios
deshoja mil claveles,
que nunca puedes darle
la púrpura que tienen.

Su boca… pero aguarda,
primero van los dientes
de aljófares menudos,
que unidos no discrepen:

Y dentro has de pintarme
cuando la lengua mueve
como un panal que afuera
destile hibleas mieles.

Las Gracias como abejas,
que con susurro leve
volando en el verano
en torno van y vienen.

Y al lado de las mejillas
dos rosas, como suelen
quedar
cuando sus perlas
el alba en ellas llueve.

Cargando todo aquesto
con proporción decente
sobre el nevado cuello,
que mil corales cerquen.

Los hombros de él se aparten,
y en el hoyuelo empiece
el relevado pecho
tan albo que embelese.

Con dos bullentes pomas,
cual deliciosas fuentes

del néctar regalado
de la mansión celeste.

La airosa vestidura
de púrpura esplendente,
las puntas arrastrando
que el campo reflorecen.

Encima un bien rizado
pellico, y que le cuelgues
mil
trenzas de oro y seda
que su opulencia ostenten.

Pero ¡ay! déjalo, amigo,
que tú pintar no puedes
tan celestial sujeto,
por mucho que te esmeres.

Y yo a sus brazos corro,
donde el Amor me ofrece
el premio de mis ansias,
y el colmo de sus bienes.


Juan Meléndez Valdés

Dícenme las zagalas
«¿Cómo, siendo tan niño
tanto, Batilo, cantas
de amores y de vino?»

Yo voy a responderles,
mas luego de improviso
me vienen nuevos versos
de Baco y de Cupido;

Porque las dos deidades,
sin poder resistirlo,
el pecho, todo, todo,
me tienen poseído.


Juan Meléndez Valdés

¡Oh dulce tortolilla!
no más la selva muda
con tus dolientes ayes
molestes importuna.

Deja el arrullo triste,
y al cielo no ya mustia
te vuelvas, ni angustiada
las otras aves huyas.

¿Qué valen ¡ay! tus quejas?
¿acaso de la obscura
morada de la muerte
tu dueño las escucha?,

¿le adularás con ellas?,
¿o allá en la fría tumba
los míseros que duermen
de lágrimas se cuidan?

¡Ay!, no; que do la parca
los guarda con ley dura
no alcanzan los gemidos,
por más que el aire turban.

En vano te querellas.
¿Dó vuelas?, ¿por qué buscas
las sombras, ¡oh infelice!,
negada a la luz pura?

¿Por qué sola, azorada,
de ti misma te asustas
y en tu arrullo te ahogas
en tu inmensa amargura?

Vuelve, cuitada, vuelve;
y a llantos de vïuda
del blando amor sucedan
de nuevo las ternuras.

Adorna el manso cuello,
los ojos desanubla,
y aliña las brillantes
las descuidadas plumas.

Verás cuál de tu pecho
sus dulces llamas mudan
en risas y placeres
los duelos y amargura.


Juan Meléndez Valdés

¿De dó tus quejas vienen,
o dulce tortolilla?
¿El bien perdido lloras?
¿o en blando amor suspiras?

Amor, amor te inflama.
rindiose al fin la esquiva
constancia; bien tus ojos
incautos lo publican.

¡Cuál brillan!, ¡cuán alegres
se mueven sus pupilas!,
¡con qué ternura y gracia
al nuevo dueño miran!

Parece que al volverse
le dicen: «Ya las iras
cesaron, ven y goza
por premio mil delicias».

Él llega; y aun cobarde
con vueltas repetidas
cercándote, tu lado
gimiendo solicita.

Rueda y rueda, y se ufana;
tú pïando le animas,
y él más y más sus vueltas
estrecha y multiplica…

¡Oh, tórtola dichosa!,
¿dó vuelas?, ¿tus caricias
le niegas?, ¿o así huyendo
su ardiente amor irritas?

Ya paras; y a su arrullo
respondes; ya lasciva
le llamas, y al besarlo
ya el tierno pico inclinas.

Tu espléndido plumaje
se encrespa y al sol brilla;
tus alas se estremecen,
y gimes y te agitas.

¡Felice y tú, y tu amante,
feliz y esa florida,
haya que en blando lecho
con dulce paz os brinda!


Juan Meléndez Valdés

¡Oh, cuál con estas hojas
que en sosegado vuelo
de los árboles giran,
circulando en el viento,

mil imágenes tristes
hierven ora en mi pecho,
que anublan su alegría
y apagan mis deseos!

Símbolo fugitivo
del mundanal contento,
que si fósforo brilla,
muere en humo deshecho,

no hace nada que el bosque
florecidas cubriendo,
la vista embelesaban
con su animado juego,

cuando entre ellas vagando
el cefirillo inquieto,
sus móviles cogollos
colmó de alegres besos.

Las dulces avecillas
ocultas en su seno
el ánimo hechizaron
con sus sonoros quiebros;

y entre lascivos píos,
llagadas ya del fuego
del blando amor, bullían
de aquí y de allá corriendo,

los más despiertos ojos
su júbilo y el fresco
de las sombras amigas
solicitando al sueño.

Pero el Can abrasado
vino en alas del tiempo,
y a su fresca verdura
mancilló el lucimiento.

Sucediole el otoño;
tras de él, árido el cierzo
con su lánguida vida
acabó en un momento;

y en lugar de sus galas
y del susurro tierno
que al más leve soplillo
vagas antes hicieron,

hoy muertas y ateridas,
ni aun de alfombrar el suelo
ya valen, y la planta
las huella con desprecio.

Así sombra mis años
pasarán, y con ellos
cual las hojas fugaces,
volará mi cabello;

mi faz de ásperas rugas
surcará el crudo invierno,
de flaqueza mis pasos,
de dolores mi cuerpo;

y apagado a los gustos,
miraré como un puerto
de salud en mis males,
de la tumba el silencio.


Juan Meléndez Valdés

Al prado fue por flores
la muchacha Dorila,
alegre como el mayo,
como las Gracias linda.

Volvió a casa llorando,
turbada y pensativa,
el trenzado sin orden
las colores perdidas.

Pregúntanle qué tiene,
y ella llora afligida;
háblanle no responde,
ríñenle no replica.

¿Pues qué mal será el suyo?
Las señales indican
que cuando fue por flores
perdió la que tenía.


Juan Meléndez Valdés

Pues vienen navidades,
cuidados abandona,
y toma por un rato
la cítara sonora.

Cantaremos, Jovino,
mientras que el Euro sopla
con liras acordadas
de Anacreón las odas:

o a par del dulce fuego
las fugitivas horas
engañaremos juntos
en pláticas sabrosas.

Ellas van, y no vuelven
de las obscuras sombras:
¿por qué, pues, con cuidados
hacerlas aún más cortas?

Yo vi en mi primavera
mi barba vergonzosa,
cual el dorado vello
que el melocotón brota.

Y en mis cándidas sienes
el oro en crenchas rojas,
que ya los años tristes
obscuras me las tornan.

Yo vi al abril florido
que el valle alegre borda,
y al abrasado julio
vi marchitar su alfombra.

Vino el opimo octubre,
las uvas se sazonan;
mas el diciembre helado
le arrebató su pompa.

Los días y los meses
escapan como sombra,
y a los meses los años
suceden por la posta.

Así, a la triste vida
quitemos las zozobras
con el dorado vino
que bulle ya en la copa.

¿Quién los cuidados tristes
con él no desaloja
y al padre Baco canta
y a Venus Ciprïota?

Ciñámonos las sienes
de pámpanos y rosa;
brindemos; y aunque el Euro
combata con el Bóreas,

¿qué a nosotros su silbo,
si el pecho alegre goza
de Baco y sus ardores,
de Venus y sus glorias?

Acuérdome una tarde,
cuando el sol entre sombras
bajaba despeñado
ya al reino de la aurora,

que yo al hogar cantaba
de mi inocente choza,
mientras bailaban juntos
zagales y pastoras,

de nuestro amor sencillo
la suerte venturosa,
riquísimo tesoro
que en ti mi pecho goza.

Y haciendo por tu vida,
que a España tanto importa,
mil súplicas al cielo
con voces fervorosas,

cogí en la diestra mano,
cogí la brindadora
taza y con ansia amante
por ti la apuré toda.

Quedaron admirados
zagales que blasonan
de báquicos furores
al ver mi audacia loca.

Y yo tornando al punto
con sed aun más beoda
segunda vez librela
del néctar que la colma.

Cantando enardecido
con lira sonorosa
tu nombre y las amables
virtudes que le adornan.


Juan Meléndez Valdés