Francelisa, la más bella
ninfa que pisó cristal,
y sobre coturnos de oro
lleva su tributo al mar,

doliente y correspondida
de Amarilis en el mal,
ella sabe por qué llora
y cuán llorosa estará.

Primas son y las primeras
flores que dio Portugal:
una, formación de estrellas;
otra, de rayos no más;

lo que rubrica la perla,
la siempre luz orïental,
tensa imagen del Aurora
y sol que amanece ya.

Rojos anima claveles
en los dos labios que más
bella afrenta de las perlas
el Amor supo celar.

De sí mismo dé sus flechas,
pues las que al arco da
hebras son finas que Clori
apenas sabe envidiar.

El aliento que respira
quintaesencia es del azahar;
abriles y mayos pisa
con su animado cristal.

Si con dos luceros mira
-que aun no se dejan mirar-,
qué no rinde, qué no vence,
y qué no conquistará.

Presa tiene a Francelisa,
y ella en sus brazos está;
el peligro de sus brazos
de mi muerte lo sabrá.

Con rayos el sol
a cuya lumbre jamás
habrá libre corazón,
habrá exenta libertad.

Dulces son de Amor cadenas,
y aun dellas no liberal,
en la mezcla de los ojos
donde es dulce el espirar.

Cuanto dice y cuanto hace
es peligroso ademán,
el buen aire es su retrato,
si se puede retratar.

La que en su norte es estrella
y no de lumbre polar,
sino de la luz más fija
que venera nuestra edad;

es la suya en pocos años
muchos siglos de beldad,
hermosura con veneno
y peligro que adorar.

Que se le huye y que vive
y que se deja alcanzar,
que no envidie el escarmiento,
que no desprecie el afán.

Por ella llora Amarilis,
por ella llorando están
cuantos saben entender,
cuantos supieren mirar.

Francelisa, agradecida,
o teniendo que pagar,
con su hermosísima prima
dio celos y aun quizá más;

pues para sacar de Amor
misterio que oculto está,
hoy le faltará el deseo
y mañana le sobrará.

Discursos son de la envidia
en la culpa de un mordaz,
Francelisa y Amarilis
magna conjunción es ya.

Esforzóse pobre luz
A contrahacer el Norte,
A ser piloto el deseo,
A ser farol una torre.

Atrevióse a ser Aurora
Una boca a media noche,
A ser bajel un amante,
Y dos ojos a ser Soles.

Embarcó todas sus llamas
El Amor en este joven,
Y caravana de fuego,
Navegó Reinos Salobres.

Nuevo prodigio del Mar
Le admiraron los Tritones;
Con centellas, y no escamas,
El agua le desconoce.

Ya el Mar le encubre enojado,
Ya piadoso le socorre,
Cuna de Venus le mece,
Reino sin piedad le esconde.

Pretensión de mariposa
Le descaminan los Dioses:
Intentos de Salamandra
Permiten que se malogren.

Si llora, crece su muerte,
Que aun no le dejan que llore;
Si ella suspira, le aumenta
Vientos que le descomponen.

Armó el estrecho de Abido,
Juntaron vientos feroces
Contra una vida sin alma
Un ejército de montes:

Indigna hazaña del Golfo,
Siendo amenaza del Orbe,
Juntarse con un Cuidado
Para contrastar un hombre.

Entre la luz y la muerte
La vista dudosa pone;
Grandes Volcanes suspira
Y mucho piélago sorbe.

Pasó el mar en un gemido
Aquel espíritu noble:
Ofensa le hizo Neptuno,
Estrella le hizo Jove,

De los bramidos del Ponto
Hero formaba razones,
Descifrando de la orilla
La confusión en sus voces.

Murió sin saber su muerte,
Y expiraron tan conformes,
Que el verle muerto añadió
La ceremonia del golpe.

De piedad murió la luz,
Leandro murió de amores,
Hero murió de Leandro,
Y Amor de envidia murióse.

Francisco de Quevedo y Villegas

Después que te conocí,
Todas las cosas me sobran:
El Sol para tener día,
Abril para tener rosas.

Por mi bien pueden tomar
Otro oficio las Auroras,
Que yo conozco una luz
Que sabe amanecer sombras.

Bien puede buscar la noche
Quien sus Estrellas conozca,
Que para mi Astrología
Ya son oscuras y pocas.

Gaste el Oriente sus minas
Con quien avaro las rompa,
Que yo enriquezco la vista
Con más oro a menos costa.

Bien puede la Margarita
Guardar sus perlas en conchas,
Que Búzano de una Risa
Las pesco yo en una boca.

Contra el Tiempo y la Fortuna
Ya tengo una inhibitoria:
Ni ella me puede hacer triste,
Ni él puede mudarme un hora.

El oficio le ha vacado
A la Muerte tu persona:
A sí misma se padece,
Sola en ti viven sus obras.

Ya no importunan mis ruegos
A los cielos por la gloria,
Que mi bienaventuranza
Tiene jornada más corta.

La sacrosanta Mentira
Que tantas Almas adoran,
Busque en Portugal vasallos,
En Chipre busque Coronas.

Predicaré de manera
Tu belleza por Europa,
Que no haya Herejes de Gracias,
Y que adoren en ti sola.

Francisco de Quevedo y Villegas

Discípulo de Apeles,
si tu pincel hermoso
empleas por capricho
en este feo rostro,
no me pongas ceñudo,
con iracundos ojos,
en la diestra el estoque
de Toledo famoso,
y en la siniestra el freno
de algún bélico monstruo,
ardiente como el rayo,
ligero como el soplo;
ni en el pecho la insignia
que en los siglos gloriosos
alentaba a los nuestros,
aterraba a los moros;
ni cubras este cuerpo
con militar adorno,
metal de nuestras Indias,
color azul y rojo;
ni tampoco me pongas,
con vanidad de docto,
entre libros y planos,
entre mapas y globos.
Reserva esta pintura
para los nobles locos
que honores solicitan
en los siglos remotos;
a mí, que sólo aspiro
a vivir con reposo
de nuestra frágil vida
estos instantes cortos,
la quietud de mi pecho
representa en mi rostro,
la alegría en la frente,
en mis labios el gozo.
Cíñeme la cabeza
con tomillo oloroso,
con amoroso mirto,
con pámpano beodo;
el cabello esparcido,
cubriéndome los hombros,
y descubierto al aire
el pecho bondadoso;
en esta diestra un vaso
muy grande, y lleno todo
de jerezano néctar
o de manchego mosto;
en la siniestra un tirso,
que es bacanal adorno,
y en postura de baile
el cuerpo chico y gordo;
o bien junto a mi Filis,
con semblante amoroso,
y en cadenas floridas
prisionero dichoso.
Retrátame, te pido,
de este sencillo modo,
y no de otra manera,
si tu pincel hermoso
empleas, por capricho,
en este feo rostro.


Dalmiro. José Cadalso

Por una negra señora
un negro galán doliente
negras lágrimas derrama
de un negro pecho que tiene.

Hablóla una negra noche,
y tan negra, que parece
que de su negra pasión
el negro luto le viene.

Lleva una negra guitarra,
negras las cuerdas que tiene,
negras también las clavijas,
pues negro es el que las tuerce.

—«Negras pascuas me dé Dios,
si más negros no me tienen
los negros amores tuyos
que el negro color de allende.

»Un negro favor te pido,
si negros favores vendes,
y si con negros favores
un negro pagarse debe.»

La negra señora entonces,
entafada del negrete,
con estas negras razones
al galán negro entristece:

—«Vaya muy en hora negra
el negro que tal pretende,
que para galanes negros
se hicieron negros desdenes.»

El negro señor entonces,
no queriendo ennegrecerse
más de lo negro, quitóse
el negro sombrero y fuese.

Luis de Góngora y Argote