A Matthew Marshall

Noche de jazz infinita,
poema nunca acabado
sonidos en mis oídos
funden gotas de armonía
me diluyo en la trompeta,
soy serpiente con el saxo
y en los acordes del bajo
rumor erótico altivo…

La luna crece en el bajo, al compás del frotamiento
y otorga velocidad antes de lanzar el vuelo.
Con el piano me derramo en goterones de vida
y se estremecen mis alas que dulces llevo plegadas.

Ya sube ese calor típico que quema toda mi sangre
y sacude mis entrañas. Ya suenan negras campanas
dialogan saxo y trompeta mientras él habla conmigo.
Expresión de oscuridad, en tonos bajos lo sigo.

Me vuelvo contorsionista de energías y caderas,
exprimo todo mi cuerpo, destilo fuerzas vitales,
cíclope de ojo vacío, como el saxo que me aturde,
la trompeta que me sorbe me expulsa figura etérea.

Desde su boca yo nazco, en manos del bajo crezco…
aumenta ya mi energía, llego al éxtasis atónito,
grito al nocturno equilibrio, me cambio en la batería:
y a violentas dentelladas todo el placer me desgarra.

Malabarista de ritmos en tambores y platillos
borbotón de la cascada invade  mi corazón…
la lluvia en techo de zinc, el trapiche de mi casa
aguaceros de mi trópico, de menta los cafetales.

La arena en la superficie de los címbalos rodando
lanza de acero atraviesa de repente entre las luces,
tras los herméticos músicos, tras las puertas ya cerradas
El Village Gate se convierte en una saco de silencio.

Consuelo Hernández

Otra vez revivo con las flores
se llenaron de pétalos mis poros
en mi cuerpo, puente levadizo,
gravitan escondidos firmamentos.

Como tren sin carrilera me deslizo
hasta lo más colorido del planeta
y corre por mi linfa
el verde crecido entre las ruinas y la nieve.

Me deslío
me vuelvo agua de guayabos en flor
perfume de magnolias
que nunca lloraron en invierno
hilo de lluvia retardada.

Camino a tientas largos días
consultando el secreto de las plantas
para sobrevivir a tanta muerte
la esquina donde guardaron tanta vida
y los jirones de piel que resucitan
al despuntar el sol.

No sé cómo pude pasar tantos meses
sin gritarle al mundo que te amo
que mi corazón, escudo maleable,
se deslíe en cada aparición del sol.

Consuelo Hernández

A las tribus Panare y Hotis

Aquí en Kayamac todo es distinto,
el amanecer convoca la luz
el silencioso sol
afanadamente arropa el caserío
de la tribu.

Camino como guardia que cuida de su mundo
entre la belleza de las churuatas
pobladas del tibio olor a sueño
y la apacible mirada de los niños indígenas.

Me recorre como un escalofrío
al presentir aquí
mi herencia milenaria
mi permanente nostalgia.

Al fondo de la churuata
en sus hamacas
treinta familias Eñepá se desperezan
y ofrendan a Dios hermosas flores
que prodiga la selva.

Es la hora del rito.

Los cantos,
la comida,
el baile,
y la bebida nos convocan
con la voz del raudal,
en el que se abre paso la curiara
con los dueños de este paraíso.

Yo naufrago al intentar cruzar el puente
me habita el terror de los caimanes y pirañas
mi ropa se moja
mi cámara se inunda de aguas cristalinas
la memoria empieza a invadir el corazón
y revivo todas las variedades de nostalgia.

Me alimenta de la palma su moriche,
sabroso fruto con olor a semen.
El espeso sabor de la guanábana.
me devuelve a un espacio sin edad.
El raudal rodeado de negras esculturas
me delinea a ese Dios sin tiempo.

Me sumerjo en tus aguas
me deleito en tu arboleda
me alimento de tus frutos,
me llevo tus limones.

Me aferro a la selva
ese mundo que siempre será mío
y como tesoro guardo
el amuleto de huesos,
el medallón de cráneo de mono
y las chaquiras
para que me salven en las horas de prueba.

Mi corazón se parte en dos mitades
y mi ser llueve.

Llueve intensamente,
llueve a cántaros.

Consuelo Hernández

        PAISAJE DUAL

A Olga de Amaral

Se nos volvieron sangre
los ríos transparentes
de luto se cubrieron
nuestros ríos de luz.

La montaña ya no es de oro
corre la muerte presurosa en sus laderas.

El paisaje donde el verde
era de todos los colores
también se oscureció.

Por favor,
teje un río nuevo,
borda de oro otra montaña
píntame un paisaje
de verdes cafetales
el rumor de las acacias en la sangre
y el grito de los bosques
bajo el brillo del verano.

Consuelo Hernández